Han tardado una migaja, pero ya empiezan a aparecer los tontos a las tres que le buscan las vueltas a la mano de Irulegi. Uno de ellos, memo con trienios acreditados al que ni siquiera le daré el gusto de nombrar, se cascaba ayer una gallarda mental en un medio cavernario para pontificar que la palabra Sorioneku nos remite al latín y no al euskera. Con un par, el chisgarabís con tres lecturas mal aprovechadas enmendaba la plana a los acreditados (y nada ideologizados) sabios que han participado en el hallazgo. Otro gañán se refería al asunto como “delirante apropiación cultural del nacionalismo” y, haciendo un triple tirubuzón en la inventiva, decía que era el mismo caso de quienes aseguran que el Quijote se escribió en catalán. Se lo juro.
Y el que faltaba para el duro, al que sí mencionaré con nombre y apellido, es el otrora defensor de la teoría de la acción-reacción-acción Jon Juaristi. “El descubrimiento de un christmas vasco precristiano consterna a España”, se choteaba en el diario carpetovetónico ABC, antes de proceder a regalarnos su versión etimológica del vocablo descifrado. De sus conocimientos filológicos se podría esperar, desde luego, algo más que de la supina ignorancia del tipo que mentaba arriba. Sin embargo, el volatinero ideológico acababa concluyendo que Sorioneku sería equivalente a Felisín (diminutivo de Félix) en asturiano.
Por descontado, no merece la pena mostrar ni una brizna de indignación ante semejantes mentecaces. Son, sin más, el síntoma de una obsesión enfermiza pero, sobre todo, ridícula frente a cualquier cosa que desmienta sus prejuicios contra el euskera.