DURANTE la noche del 26 al 27 de octubre, 681 voluntarios recorrieron las calles de 23 municipios de los tres territorios de la demarcación autonómica para hacer el censo de las personas que duermen a la intemperie. Contaron exactamente 661. Concretamente, 48 en Araba, 348 en Bizkaia y 272 en Gipuzkoa. Y si va por sexos, 613 hombres, 33 mujeres y 15 que no se pudo determinar. En conjunto, la cifra supone un 52% más que la última vez que se llevó a cabo este triste cálculo, allá por 2018.

Imagino que habrá personas sabias y competentes que sabrán interpretar estos datos, pero a bote pronto, este humilde tecleador se ve abrumado por los números: 26, 27, 681, 23, 661, 48, 348, 272, 613, 33, 15, 52, 2018… Parece la combinación perdedora de una siniestra y salvaje lotería primitiva. Entiendo, cómo no, la metodología cuantitativa, máxime si el origen del cómputo de congéneres que pasan la noche al relente es una pregunta parlamentaria de un grupo al que se apunta al cuanto peor, mejor, como si cada historia se pudiera reducir a dígitos y porcentajes. Desde luego, resulta comodísimo y, supongo, útil para la causa tabular y estabular en una hoja de Excell cada una de las diferentes circunstancias personales e intransferibles que llevan a alguien a convertir en dormitorio (y, a veces, en casa) un banco, un cajero, la entrada de un comercio o el puñetero asfalto. Yo, que en más de una y en más de dos ocasiones, me he parado a charlar con hombres y mujeres que sobreviven literalmente con lo puesto, les puedo asegurar que la solución a sus problemas no es tan sencilla como contarlos una cálida noche de otoño.