Bochorno en Sanxenxo - Qué graciosa, Carmen Calvo. “Hoy suben las temperaturas en todo el país, gran bochorno en #Sanxenxo”, tuiteó la exvicepresidenta para gran algarabía del antimonarquismo de salón. La ventaja de la guasona de pitiminí es la desmemoria del personal. La de veces que la tipa, en su larga y ancha carrera amorrada a cargos institucionales, le habrá hecho una genuflexión con sonrisa obsequiosa y tontorrona al ahora objeto de su puya. O a su hijo, que total, pata. La de veces que, como diputada del PSOE, habrá votado en contra de investigar los marrones del regatista del Bribón, retirarle la inviolabilidad o simplemente afear su conducta con una inofensiva Proposición No de Ley. Con esa bibliografía cobarde y sumisa acreditada, ahora se atreve a hacer un chistaco.
Apenas ayer - ¿Por qué? Pues porque sabe que recibirá el aplauso facilón y, sobre todo, que ya no tendrá consecuencias. Y eso no siempre ha sido así, qué va. Hace cuatro días como quien dice, bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero, siendo ella ministra de Cultura y luego vicepresidenta del Congreso, mis compañeros de Deia Josetxu Rodríguez y Javier Ripa pasaron un calvario judicial por pintar al ínclito en estado de embriaguez junto al cadáver del tristemente célebre oso Mitrofán. No fueron los únicos. Por aquellos días, el humor sobre el coronado o su familia te llevaba casi sin remisión a la Audiencia Nacional. Así que aquí tenemos un interesante asunto para el análisis: ahora se permite hacer chanzas todo lo hirientes que se quieran sobre el fulano en que hemos convenido en llamar “emérito”.
Pelele - La moraleja es que el intocable ya no lo es. Puede que no lo vayamos a ver en un banquillo y, menos, en la cárcel. Pero ocurre que está sometido a una pena más sutil y yo diría que, a sus efectos, casi tan dolorosa. Juan Carlos I se ha convertido en pimpampum de ocasión, objeto de mofa y befa general sin peligro de que a uno le llegue un requerimiento y, por resumir, pelele del populacho. No será mentira que su exilio en Abu Dabi haya sido de un dorado que ciega y cabrea. Tampoco que se pueda permitir el Vega Sicilia más caro y, quizá, la compañía de las escorts más exclusivas del planeta. Pero basta rascar una gota para comprobar que es un pobre hombre rico. Llamado a quedar en la Historia como gran artífice del milagro democrático español, se lo recordará para los restos como un tipo de bragueta y cuenta corriente imposibles de saciar. Tan patético, que hasta la nulidad sideral Carmen Calvo se permite hacer jijís-jajás con él.