- Sonreí entre lágrimas amargas ayer al leer en el editorial de La Razón que, contra lo que proclama la propaganda malévola de la izquierda, en Catar se cumplen los más exigentes estándares democráticos. Sí, por eso sigue siendo una monarquía absoluta regida por la sharia, es decir, la ley islámica. Y aunque es verdad que hay una cierta tolerancia en cuanto a la vestimenta de las mujeres, su testimonio ante un tribunal sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Del trato a los que se declaren LGTBI, mejor no hablamos. Igualmente, pasamos por alto ciertas conexiones con grupos o grupúsculos yihadistas que matan al por mayor. Ah, ya, que también tienen un parlamento... muy parecido a las cortes franquistas, compuesto solo por hombres y con un tercio de sus miembros elegidos directamente por el emir. Sí, justo ese emir, de nombre Tamim bin Hamad al Thani, que el martes fue objeto de un recibimiento de Estado, por mandato expreso de Pedro Sánchez, y con Felipe VI como solícito anfitrión.
- Tirando de ese vocablo que tanto nos gusta a los opinateros, no es baladí que una semana antes del viaje, el gobierno español concediera al baranda catarí el collar de la Orden de Isabel la Católica. Más allá de la evidente paradoja de la distinción, y puesto que como hemos recordado tantas veces, las decisiones de un ejecutivo lo son de todos y cada uno de sus miembros, debemos anotar aquí y ahora que las ministras y los ministros de Unidas Podemos son corresponsables y copartícipes de los fastos a mayor gloria del individuo. Y aquí es donde vuelvo a la prensa de orden para citarles esta vez el editorial de El Mundo, que viene a decirnos que los Derechos Humanos son chulísimos pero que a veces sale más a cuenta no tener la piel tan fina con los principios: “Ojalá la democracia no fuera un sistema todavía minoritario en el mundo. La realidad, sin embargo, dista mucho del ideal democrático universal”.
- La cuestión es que ese emir del que usted me habla anunció inversiones por valor de 4.700 millones de euros en España y prometió un suministro de gas que paliara la sequía provocada por la invasión de Ucrania y el enfado de Argelia. En código corleonesco, una oferta que no se puede rechazar. Tampoco estamos descubriendo la pólvora. Que tire la primera piedra la administración que esté libre de negociar con tiranías, se llamen Catar, Arabia Saudí, Marruecos, Irán o China. Fíjense lo suavecito que se ha puesto Biden con Cuba o Venezuela últimamente. Los valores palidecen frente al interés. l