Francisco Javier Landaburu no es un nombre desconocido, pero siempre aparecía en una segunda línea. ¿Qué le llevó a escribir su biografía?
—No había una biografía que estudiara su figura política en profundidad. Previamente había comprobado que sus aportaciones al nacionalismo vasco moderado eran importantes y que su propia evolución ideológica era muy interesante. También había detectado que en su trayectoria había algunos pasajes desconocidos en los cuales merecía la pena profundizar. Y, finalmente, esta figura me atraía especialmente porque tenía claro-oscuros, porque era un ser humano y no un héroe.
¿Cuáles fueron sus grandes aportaciones?
—Destacaría aquellos planteamientos que sitúan Euskadi en Europa. En París fue interiorizando el europeísmo y el federalismo y ambos se convirtieron en los ejes sobre los cuales pivotó su defensa de una Euskadi inserta en el marco europeo. Desarrolló este planteamiento en su libro La causa del pueblo vasco, al que he querido hacer un guiño en el título de mi libro.
¿Qué le llevó a mantener su compromiso durante tanto tiempo y en una época tan complicada?
—Creía tener un deber: el mantenimiento del pueblo vasco en unas situaciones muy adversas. Sus planteamientos radican en un profundo humanismo cristiano que, a su vez, lo llevó a la defensa de la democracia. Ansiaba un futuro democrático en Euskadi.
Son valores compartidos por compañeros de viaje como Agirre, Leizaola, Irujo... ¿Eran conscientes de que estaban haciendo historia?
—No sé si hasta ese punto, pero sí creían que algún día la historia reconocería el sacrificio y la labor que estaban desarrollando.
¿Es posible comparar su comportamiento con el de los políticos actuales?
—No soy partidaria de comparar comportamientos de épocas históricas diferentes, más bien al contrario; creo que los historiadores debemos situar actuaciones y acontecimientos en su contexto histórico específico para poderlos comprender.
Lleva muchos años investigando la época del exilio. ¿Sigue descubriendo cosas nuevas?
—Sí, los archivos están llenos de temas por investigar. Únicamente hace falta ganas de preguntar a los documentos, dejando siempre que ellos nos hablen; es decir, no vale aproximarnos a la documentación con la respuesta preparada de antemano.
Muestra las luces, pero no oculta las sombras. ¿Es esa la clave de un trabajo honesto?
—No soy yo quién para contestar a eso. Lo que tenía claro es que abordar una biografía no es tarea fácil, porque corres el riesgo de caer en el enamoramiento o en la demonización del biografiado. El mejor antídoto contra ambos riesgos es trabajar con rigor académico, mostrando todo lo que se ha descubierto y contextualizándolo adecuadamente.
¿Qué les diría a quienes sostienen que investigar el pasado reciente es reabrir heridas?
—Que para que las heridas sanen hay que desinfectarlas; que, al principio, el alcohol escuece, pero la herida cicatriza y no se infecta. La cicatriz seguirá ahí para que no la olvidemos y formará parte de lo que somos.