- Al cumplirse un mes exacto de la invasión rusa de Ucrania, mi primer recuerdo es para los ingenuos y/o miserables que solo tres días antes se sulfuraban ante las informaciones sobre el inminente ataque. Sostenían con el mentón enhiesto que se trataba de infundios alarmistas del imperialismo yanki. Luego se ciscaban en los vergonzosos colaboracionistas que pensábamos y decíamos (aún deseando con todas nuestras fuerzas que no fuera así) que el asunto tenía una pinta horrorosa. Este es el minuto en que ni uno solo de los negacionistas ha reconocido que metieron la pata hasta el corvejón y que quizá deberían haberse callado. Al contrario. Se han apuntado al sostenella y no enmendalla elevado a la enésima potencia. Si antes negaban que habría invasión, una vez consumada, niegan que se esté produciendo. Según el rato en que los pilles, la bárbara destrucción a la que asistimos en directo es un montaje, está autoinfligida e instigada por “el gobierno nazi de Ucrania” o, comodín de los comodines, es culpa de la OTAN, que lleva minifalda y va pidiendo... guerra.

- Tampoco puedo decir que me sorprenda la miseria moral exhibida por los tipos y tipas a quienes señalo. Son los mismos del “algo habrá hecho”, “es que existen muchas violencias”, “las condenas son estériles”, “hay que escuchar a todas las partes” y demás mendrugadas del repertorio habitual de indecencias. La gravedad de este caso reside en que la brutalidad de los hechos (matanzas indiscriminadas de población civil; reducción a escombros de viviendas, hospitales o escuelas; condena a la huida con lo puesto de por lo menos cuatro millones de personas...) no varía un ápice el discurso. Los dispensadores de lecciones de dignidad a granel culpan a las víctimas de su tremendo destino y tienen las santas pelotas de apelar a la “diplomacia de precisión” como fórmula magistral para acabar con “el conflicto”. La risa lacrimógena final es ver a todos estos apóstoles del pacifismo de plexiglás aplaudiendo a generalotes del ejército ¡es-pa-ñol! pontificando en la televisión pública española que lo mejor que puede hacer Zelenski es rendirse.

- Por desgracia, mi pesimismo congénito me dice que más pronto que tarde será así. Sospecho que no habrá un artículo como este cuando se cumpla el segundo mes de la invasión. No cabe en mi cabeza que la heroica resistencia pueda mantenerse durante mucho más tiempo. Me temo que esta vez David será arrollado por Goliat. El triste consuelo será pensar que, por lo menos, ha luchado hasta el límite de sus fuerzas.