e doy la bienvenida a la ley de tráfico que estrenamos ayer. Ahora solo hace falta que sus disposiciones se cumplan y se hagan cumplir. Desde luego, los precedentes no invitan precisamente al optimismo. Por el lado de los conductores, deberemos empezar reconociendo que las normas se conocen de una manera más bien gaseosa. Nos pueden sonar ciertas músicas, pero nos perdemos en la letra. Traten de explicar a alguien, por ejemplo, que, salvo que la señalización horizontal indique explícitamente otra cosa, también en las rotondas hay que circular por la derecha, sin importar qué salida se vaya a tomar, verán qué quilombo. Y luego está la interpretación laxa siempre a conveniencia que convierte un Stop en un Ceda el paso o nos hace añadir mentalmente diez o quince kilómetros a la velocidad máxima de un tramo determinado. En este sentido, me apuesto un zurito a que todo quisque se va a saltar la nueva prohibición de rebasar la velocidad máxima de la vía para adelantar.

Pero no todo es cuestión de los que vamos al volante o sobre el sillín. También quien pone estas leyes y establece las directrices para hacerlas cumplir debería preguntarse si no hay aspectos manifiestamente mejorables. ¿De verdad hay un criterio claro y objetivo para establecer una limitación de velocidad? ¿Por qué uno se encuentra un 60 en un tramo recto, con buen firme y visibilidad total y, sin embargo, un 90 en una carretera zigzagueante hecha unos zorros y sin arcén? No pregunto ya por lo difícil que es creer que en muchos puntos de la red viaria las multas no se fundamentan tanto en la seguridad como en la recaudación.