demás de las consignillas de todo a cien para evitar ponerse del lado de los agredidos, llevamos varios días leyendo y escuchando diferentes matracas no ya cobardes sino miserables. Una de las más extendidas es que el gobierno ucraniano está formado por un hatajo de nazis. Si no estuviéramos ante un drama descomunal, se nos escaparía la risa floja al ver lanzar tal acusación a un gabinete presidido por Zelenski, un judío de pura cepa. Luego está el otro raca-raca que pretende librar de la responsabilidad (o sea, de la culpabilidad) al psicópata Putin para endiñársela a la OTAN, cuya actitud ha sido supuestamente la que poco menos ha obligado al sátrapa del Kremlin a mandar sus bombarderos y sus blindados a masacrar a los civiles de un estado soberano.

Entre tanta chatarra ideológica, faltaba que alguien señalara a las víctimas como merecedoras de su martirio por no dejarse aplastar. No me sorprende que ese alguien haya sido Pablo Iglesias Turrión, que anteayer proclamó en la Ser (a chopecientos euros la intervención) lo siguiente: “Los civiles enfrentándose a un ejército profesional bien armado es el preámbulo de una tragedia. Hay que tener cuidado con esto del heroísmo”. Es decir, que lo que deben hacer los ucranianos es rendirse con armas y bagajes al invasor para evitar males mayores. Según esta teoría miserable, los partisanos, la resistencia francesa o todos los civiles que se enfrentaron a la imbatible maquinaria bélica de Hitler deberían haber aceptado su sometimiento. Lo mismo que los maquis o la oposición interior al franquismo. Por fortuna, hubo y hay personas que golean en dignidad a Iglesias.