lbricias y más albricias. La todopoderosa banca parece que, por una vez, ha sido capaz de dar su brazo a torcer. O, si lo pongo más en positivo, de escuchar y atender a razones. Confieso que ni por lo más remoto esperaba que llegara a buen puerto la quijotesca iniciativa del jubilado valenciano Carlos San Juan para exigir que las entidades ofreciesen un trato humano a las personas mayores. Pero, miren por dónde, un millón y pico de firmas y centenares de presencias en los medios después, anteayer las tres patronales bancarias del estado aprobaron las medidas para que en lo sucesivo los veteranos sean atendidos como se merecen tanto detrás de la ventanilla como por teléfono. Se habla de un canal prioritario para los pensionistas, pero en lo básico, la cuestión se reduce a no poner limitaciones de horarios ni de cantidades de dinero para realizar las operaciones más comunes. Es decir, que no tengan que estar mirando el calendario ni el reloj para pagar el recibo de la escalera y que no les exijan sacar doscientos euros cuando solo necesitan veinte.
Es imposible no celebrarlo, aunque también se hace difícil pensar por qué ha hecho falta una campaña viral para ofrecer como si fuera un triunfo lo que deberían ser unos requisitos mínimos de satisfacción de las necesidades de los clientes. Sí, de todos los clientes, independientemente de su edad. No encuentro ningún motivo por el que los menores de 65 años no podamos acceder a esos servicios en las mismas condiciones. Me pregunto si para conseguirlo tendremos que emprender una recogida de firmas. Aunque me temo que ni aun así tendríamos éxito en la demanda.