- Con los ojos puestos en la implosión suicida del PP, apenas hemos prestado atención a un desgarro más cercano. El pasado fin de semana, Eusko Alkartasuna certificó en Gasteiz su enésima división, que tiene toda la pinta de ser la definitiva. Se entiende el voluntarismo de la votada como secretaria general del trocito oficialista, Eba Blanco, al proclamar que el partido y la dirección que va a encabezar salen reforzados. Los hechos tozudos desmienten tales palabras. Su respaldo fue el del 54 por ciento de los compromisarios llamados inicialmente a participar en el Congreso. El otro 46 por ciento ni siquiera estuvo en el Palacio Europa. Tuvo que celebrar su propio sanedrín en el Alkartetxe de la capital alavesa. No se puede expresar más gráficamente la fractura que con sendos encuentros el mismo día a la misma hora y en la misma ciudad. Si en lugar de ponerlo en porcentajes, lo dejamos en números reales, nos encontramos que 132 compromisarios participaron en la cita oficial por 117 que lo hicieron en la alternativa.
- Son, por lo tanto, 249 personas que ni siquiera sabemos con certeza a cuántos militantes representan. Esa cifra es uno de los secretos mejores guardados. Tampoco parece difícil imaginar que, en el mejor de los casos, superen unos pocos centenares. La sangría ha sido constante prácticamente desde su momento dorado, en las elecciones a Juntas Generales y al Gobierno de Nafarroa de 1987, cuando EA superó los 200.000 votos entre los cuatro territorios. Y aún en el declive, al principio lento, la formación que decía encuadrarse en la socialdemocracia tuvo un papel destacadísimo tanto en la política de la demarcación autonómica como en la de la foral. Lo hizo en solitario o, en aquellos años convulsos que siguieron al pacto de Lizarra y al rearme del unionismo español, en coalición con el mismo PNV del que habían desgajado.
- El final de ese pacto y, unos años después, la salida de Nafarroa Bai precipitaron el principio del agónico fin. La integración en Bildu y luego en EH Bildu pudieron parecer una solución de futuro, pero el tiempo parece haber demostrado lo contrario. No deja de ser significativo que la persona que bendijo ese paso, el lehendakari ohia Carlos Garaikoetxea, es decir, el fundador de Eusko Alkartasuna, estuviera el sábado en el grupo de los llamados críticos. Es difícil encontrar mejor resumen en un simple gesto de la situación a la que se ha llegado. El precio político ha sido muy alto, pero sospecho que ha sido mayor el personal.