- Poco de lo que sorprenderse. El Parlamento Europeo ha certificado por una mayoría notable una gran trampa al solitario. A pesar de todas las evidencias científicas, ha preferido tumbar la iniciativa que pretendía que las etiquetas de los productos alcohólicos contuvieran la obviedad suficientemente probada de que su consumo aumenta el riesgo de contraer cáncer. Pero por aquello del qué dirán, la decisión se ha revestido de moralina de todo a cien. En la farisea resolución aprobada, que ni siquiera es vinculante, se cantan las mañanas sobre los peligros del uso dañino del alcohol -átenme esa mosca por el rabo- y se conmina a no abusar de ninguno de los productos que lo contengan. Volvemos, pues, a lo etéreo y falsario del consumo moderado, expresión que huye como de la peste de la determinación exacta de la cantidad a partir de la cual ponemos en riesgo nuestra salud. Y la cosa es que todos los organismos sanitarios, empezando por la OMS, lo tienen tasado y medido: el nivel más seguro de consumo es cero.

- Lo gracioso y a la vez revelador de la mala conciencia de sus señorías es que esa frase se incluye en la resolución que ha salido adelante. Será por palabrería bienquedista como la que les copio y pego del hipócrita texto: “El consumo de tabaco y el consumo nocivo de alcohol, la mala alimentación, un índice de masa corporal elevado, un estilo de vida sedentario y la contaminación ambiental son factores de riesgo comunes a otras enfermedades crónicas”. Mucho blablablá que, sin embargo, no se traslada a acciones concretas. Todo es filosofía difusa para autojustificarse ante la incapacidad para darle un rejonazo a un sector, el de la producción de bebidas espirituosas, empezando por el vino, que factura cientos de millones de euros y que da trabajo a centenares de miles de personas. En Euskal Herria sabemos de qué hablamos. Un buen pellizco de nuestro PIB sale de los viñedos, las bodegas, la hostelería o los lineales de botellas de los supermercados.

- Esa es nuestra gran contradicción. Lo que objetivamente nos daña la salud y provoca graves problemas sociales es también una importante fuente de empleo y de ingresos para las arcas públicos. No solo eso: también forma parte fundamental de un modo de vida al que no parecemos dispuestos a renunciar. ¿Entonces? No lo sé. Quizá la clave está en no engañarse. Yo trato de no hacerlo. Me confieso consumidor habitual de vino y cerveza, pero jamás se me ocurriría negar el riesgo que conlleva serlo.