o entra en mis planes ver El gran patrón. Seguro que es una película chuchi, muchi y guachi, pero paso un kilo. Ya no está uno en edad de babear con potitos buenrollistas. Menos si, como es el caso, la moralina progresí te la cascan unos gachós con rostro de alabastro. Porque mucho jijí y mucho jajá, pero en 2013 el bar de la familia del aclamado protagonista de la reivindicativa cinta echó a la calle a todos sus currelas y les aplicó la entonces recién estrenada reforma laboral de Mariano Rajoy. Solo cuando el asunto salió a los medios y provocó un cierto escándalo, los Bardem de más tronío -Javier, Carlos y la difunta Pilar- se ofrecieron a pagar de su bolsillo una indemnización superior. Paternalismo e hipocresía hasta el final. No consta, por cierto, si los despedidos cobraron o no.
Todavía más sangrante, si cabe, es el caso del productor de la cosa, Jaume Roures. Hay que reconocerle cuajo para plantarse a recoger el Goya por un panfleto obrerista, cuando el tipo tiene presentada una amplia bibliografía como pésimo patrón. Y aquí no hablo de oídas, se lo puedo asegurar. Su concurso de acreedores por la puerta de atrás en el diario Público dejó colgados de la brocha a decenas de compañeras y compañeros que, además de quedarse en el paro de un día para otro, nunca recuperaron los varios salarios adeudados. Para rematar la faena, cuando la plantilla quiso comprar la cabecera para tratar de seguir ganándose el jornal como cooperativa, el individuo mandó a un propio a la subasta y la arrampló por un puñado de euros más. Ya ven cómo las gastan los que nos dan lecciones de dignidad a granel.