inceramente, aunque no soy ni sabio ni competente, que diría Violeta Parra, tengo la impresión de que el pasaporte covid ya ha cumplido de sobra su función y es el momento de agradecerle los servicios prestados. No se trataba exactamente (o por lo menos, no solo) de limitar los contagios, sino de empujar a darse el pinchacito al personal reticente por egoísmo, insolidaridad y superioridad moral. Eso que expresó tan adecuadamente Macron con el verbo Emmerder, es decir, tocar un poco la zona inguinal a los y las chulopiscinas que, porque ellos lo valen, se habían aliado con el virus incluso al precio de ser los principales damnificados. Ahí están los números: cuatro de cada cinco ingresados en UCI no están vacunados. Y usted y yo, que sí lo estamos, les pagamos a escote el carísimo tratamiento para salvarles el pellejo.

Pero ya digo que el pase de marras (que en realidad dejaron de pedírnoslo el segundo día de vigencia) estaba amortizado. Me costó entender que, en su inveterada prudencia infinita, el Gobierno vasco solicitara su prórroga. Y daba también por hecho que el Tribunal Superior de Justicia del terruño, con el juez jatorra a la cabeza, se calzaría la petición. Con todo, la previsibilidad de la decisión no es óbice, valladar ni cortapisa para hacer notar que sus ilustrísimas señorías han vuelto a ejercer de virólogos y epidemiólogos del copón. Ni se imaginan los togados el atrevimiento que es decretar por sus santas puñetas que la sexta ola está en retirada cuando las autoridades sanitarias, que algo sabrán de la cuestión, estiman que procede ser cautelosos. Llueve sobre empapado.