- 13 días contando el corriente quedan para la votación que debe convalidar el Decreto Ley que llevó al BOE el acuerdo para retocar (que no derogar) la reforma laboral de Rajoy. Tic, tac. Este es el minuto en que el gobierno de coalición no cuenta con la mayoría suficiente para hacerlo posible. El PNV, socio externo más fiable, paciente y leal del Ejecutivo bicolor, no deja de manifestar en las últimas semanas su creciente enfado por el trato que le dispensa Moncloa. Sin mentar el choteo de la gestión del IMV, compromiso incumplido en bucle desde el minuto cero, a los jeltzales no les entra en la cabeza que no haya disposición a contemplar su más que asumible petición respecto a la reforma de la reforma. Se trata de algo tan básico como garantizar la prevalencia de los convenios locales. No es nada que reviente lo acordado. Incluso Confebask, que no es precisamente una galaxia externa a la CEOE, ha dado a entender que la demanda no les haría un roto en sus planes. Pero hasta ahora, por ahí no parece haber nada que hacer.
- Si eso, que es lo menos, está empantanado, qué decir de las reclamaciones de EH Bildu y ERC, los otros dos sostenes habituales de Sánchez. Aquí sí que no hay lugar para el encuentro, salvo que las dos formaciones se cisquen en sus propios principios. A los soberanistas catalanes y más específicamente a los vascos, el Gobierno español les había prometido tumbar la normativa laboral del PP a cambio del apoyo a los presupuestos para 2021 y 2022. No darle una mano de chapa y pintura tan sutil que hasta la patronal corriera a bendecir el apaño. De hecho, ahí está parte de la madre del cordero de la situación alucinógena en la que nos encontramos. La primera fuerza política que debería haber puesto pie en pared era Unidas Podemos, que había hecho de la derogación su santo y seña. La paradoja casi inexplicable es que la gran artífice del pacto fuera la ministra que representa esas siglas.
- Así las cosas, nadie se extrañe si el 31 de enero Sánchez consigue los votos por la derecha. No exactamente los del PP. Pese al abrazo de anteayer de Pablo Casado con el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, y aunque en Génova se dice por lo bajini que la reforma de la reforma es un chollo, las elecciones de Castilla y León no son el mejor escenario para hacerle un favor al rival. Sin embargo, los nueve respaldos de la terminal Ciudadanos, junto a los dos de UPN y a algunos más que se rasquen por ahí pueden decantar la balanza hacia el sí. Sería lo que nos resta por ver.