- Les confieso que la inspiración original de esta pieza está en el editorial de ayer del diario El País. “Prostitución: regular la abolición”, rezaba el titular en lo que, si lo piensan un poco, es un tirabuzón dialéctico notable. Sobre todo, porque se supone que el debate que vuelve a la palestra por milésima vez desde que tengo uso de razón plantea como opuestos la regulación y la abolición. En este caso se diría que se ha encontrado una tercera vía con lo mejor de ambas posturas. ¿En qué consiste? Me encantaría poder contárselo, pero tras la atentísima (se lo prometo) lectura, no me quedó nada claro lo que se proponía. Si es que se proponía algo más allá de los clásicos tópicos de abogar por la educación (cómo no) o enfrentarse al problema valientemente y desterrando la hipocresía. No lo anoto como crítica al autor, ojo. Simplemente constato que a esa conclusión ya habíamos llegado la mayoría de personas que hemos dedicado un segundo a pensar en la cuestión: son tantas las aristas que las soluciones mágicas no existen.
- Por eso mismo me sorprende, aunque ya sé que quizá no debería, que el PSOE haya enarbolado la bandera de la abolición en sus dos últimos congresos federales. Sí, en los dos, siguiendo la especialidad de la casa de reciclar las promesas incumplidas en promesas por incumplir. Solo que en este caso se le ha puesto fecha. El compromiso es que en los dos años que quedan de legislatura (si la coalición no se descalabra, claro) se sacará adelante una ley que prohibirá todo tipo de comercio carnal. Como eslogan queda muy bien. El tremendo problema es que es absolutamente imposible llevarlo a la práctica. Todas las experiencias de países de nuestro entorno, perfectamente detalladas en el mentado editorial, lo ponen de manifiesto. Las mejores intenciones chocan con las circunstancias concretas y con las mil realidades totalmente distintas que nombramos con la misma palabra.
- Ese maximalismo de los objetivos encierra un cinismo atroz. Se nos vende que es factible realizar algo complicadísimo cuando no se están poniendo los medios para luchar contra la despiadada explotación sexual que tiene lugar delante de las narices de todo el mundo. Es cierto que de cuando en cuando hay una operación contra la trata, pero las mafias se sienten casi impunes. La prueba es que ofrecen los servicios de sus esclavas sexuales en lugares nada ocultos, desde luego, lo suficientemente accesibles para cualquier putero. Ahí debería haber empezado la abolición... hace mucho tiempo.