- Un poco de memoria. Solo hace cinco años y catorce días, el 1 de octubre de 2016, Pedro Sánchez tuvo que salir prácticamente por la ventana de Ferraz. En el exterior, partidarios y contrarios del que había aterrizado por accidente en la secretaría general del PSOE 26 meses atrás llegaban a las manos. En el interior, se cuenta que la cosa todavía fue peor. No sé recuerda un Comité Federal tan turbulento e incluso violento como aquel. Fue literalmente un golpe de timón. La misma vieja guardia que había colocado a aquel chaval que parecía tan bien mandado en el machito para evitar al extravagante Eduardo Madina se conjuró para echarlo. Ni por el forro se esperaban que su marioneta se fuera a rebelar contra sus designios de no impedir el gobierno del PP al grito de 'No es No'. Como lo hizo, el pago fue la conspiración y la expulsión del paraíso. Sánchez dimitió. Parecía el fin de la historia.
- Como bien saben, no fue así. El pelele desahuciado, arropado por un puñado de fieles —los más frikis del partido— volvió a enfrentarse a los mandarines, encarnados en la persona de Susana Díaz, y se los comió con patatas. El siguiente milagro fue presentar una moción de censura imposible y ganarla con el respaldo de una tan larga como increíble ensalada de siglas. El 2 de junio de 2018 se convirtió en presidente del Gobierno español, el día 3 cambió el colchón de La Moncloa, y ahí sigue tres años y pico después, desafiando todas las leyes de la gravedad y cambiando de principios todas las veces que ha sido necesario.
- Anden y quítenle lo bailado, hoy llega al 40 Congreso de su partido como quien va a un desfile militar. En uno, quiero decir, en el que no va a ser abucheado como le ocurrió el martes en la Castellana, sino jaleado como césar indiscutible. Una pequeña parte de los que se conjuraron contra él están muertos, expulsados, expedientados, o arrojados al ostracismo. Los demás, la gran mayoría, se le han rendido con armas y bagages y se han convertido en sumisos tiralevitas. Otra cosa es que se les permita de vez en cuando ejercer de baroncetes locales y versos sueltos. Tienen claro que en cuanto suena la corneta deben estar en primer tiempo de saludo. Más, cuando han comprobado que hasta los más fieles —Ábalos, Redondo, Calvo, ¿Mendia?— han sido sacrificados por el dueño y señor del castillo. Y así se llega a este 40 congreso, con una adhesión al secretario general que no llegó a tener el mismísimo Felipe González. Ni el más audaz de los guionistas de Netflix lo hubiera imaginado.