El Tribunal Supremo, último bastión de la unidad de España, ha devuelto la sonrisa al ultramomonte mediático. Va a volver a estudiar los indultos a los independentistas catalanes. Y como esta vez son mayoría los togados anti medida de gracia, las mentes más lúbricas de la diestra sitúan en una celda a Junqueras y sus compañeros.
"Indultos: partido de vuelta", titula entre olés imaginarios Ignacio Camacho en ABC. Como cantaba Gardel, frente al destino nadie la talla. Para estos efectos, el destino es el Supremo: "Contra lo que piensan los independentistas, la extrema izquierda y sus adláteres, en el Estado de derecho no hay nada ni nadie por encima de la ley, cuya interpretación corresponde a los tribunales. Esta legislatura nació de un pacto con delincuentes, los autores convictos de la insurrección separatista de 2017, y en buena lógica puede terminar en manos de un puñado de jueces. En política, como en la vida, los actos tienen consecuencias y los errores o las arbitrariedades siempre llaman dos veces, como el cartero metafórico de James Cain, a la puerta de quienes los cometen".
Quizá piense Camacho que la cita cinematográfico es requeteoriginal. Pero no. El editorialista de La Razón la calca. "El Supremo siempre llama dos veces", se titula la pieza escrita también en clave "arrieritos somos" y con indisimulable delectación: "Si el Gobierno pensaba que el asunto de los indultos a los sediciosos independentistas iba a perderse en el olvido, parece claro que se equivocaba. El Tribunal Supremo, que como en la conocida película, siempre llama dos veces, ha admitido el recurso de reposición de PP, Ciudadanos, Vox y Convivencia Cívica Catalana, y decidirá en sentencia sobre la legalidad de una medida de gracia que fue expresamente rechazada por el Tribunal sentenciador y por la Fiscalía, ante la falta del más débil indicio de arrepentimiento de los condenados y su voluntad expresa de reincidir en el ataque a los pilares de la convivencia democrática".
También en el periódico azulón, el enmarronado de la Kitchen —¡Hay que tener cuajo!— Jorge Fernández Díaz se echa unas bailes mientras imagina a los indultados volviendo a la cárcel pero, sobre todo, a Sánchez mordiendo el polvo: "Sin exagerar un ápice, la importancia del fallo es tal que se puede afirmar que el Gobierno y la legislatura dependen de esta sentencia. Conviene recordar que en su día el TS, junto con la Fiscalía, en el trámite de consulta -preceptiva pero no vinculante- rechazaron por unanimidad la concesión de los indultos por razones legales muy precisas, entre ellas las de ausencia de arrepentimiento por parte de los condenados".
El editorialista de El Mundo entona igualmente el ¡A por ellos, oé! Mientras aplaude con las orejas a los togados justicieros: "Solo cabe saludar como una victoria del Estado de derecho la decisión del Supremo de aceptar revisar los indultos concedidos por el Gobierno a los promotores de los hechos sediciosos de 2017. La definición clásica de autoritarismo remite a la concentración del poder en pocas manos, proceso gradual de deterioro que termina en la dictadura: el omnímodo poder de uno. La Justicia existe para poner coto a la discrecionalidad y castigar sus excesos. Si no cabe control de legalidad para una decisión tan antijurídica como aquellos indultos, significaría que España se está deslizando hacia el autoritarismo".
Como de costumbre, Pedro J. Ramírez nos rompe la cintura en el editorial de El Español. De entrada dice que "Los tribunales no pueden ser una segunda vuelta de las elecciones", pero la inercia le lleva a la consigna básica: "Nadie duda tampoco que el Gobierno está legalmente autorizado para conceder un indulto. Pero este no puede olvidar que su discrecionalidad no es absoluta. Tampoco que está obligado a fundamentar de forma convincente y sólida la idoneidad de esas medidas de gracia. Mucho más en el caso de políticos que no han manifestado propósito de enmienda ante la grave vulneración del orden constitucional que protagonizaron".
Otro que también está feliz es el subdirector de El Debate, Luis Ventoso: "Resulta alentador que el Supremo haya decidido revisar aquella gracia arbitraria, concedida por el presidente solo para comprar el apoyo de Junqueras. Conforta constatar que la justicia independiente todavía pervive en España y que va a hacer sudar un poco a un presidente que se ha saltado varios límites a la gloria de su súper yo".
A su compañero de columneos Antonio. R. Naranjo, sin embargo, la decisión se le queda corta. Él quier más. Como poco, ver a Sánchez en el banquillo: "Solo le falta al Supremo una última misión para rematar su leyenda: sentar en el banquillo al propio Sánchez, antes de que huya a su Abu Dabi con una maleta de vergüenzas que difícilmente sorteará ya la aduana".
Garbeo del emérito, restos de serie
Más de 24 horas después del regreso del emérito al Golfo, los opinateros siguen dale que dale. Y hoy, especialmente, los juancarlistas despechados y abochornados, como se confiesa Félix Madero en Vozpópuli: "La deriva del rey viejo no la merece, en primer lugar, España, y después su hijo Felipe VI empeñado como está en que la dignidad, la austeridad y la contención den a su figura y reinado el legado moral que su padre no culminó".
Eso es una caricia al lado del soplamocos que le atiza al Borbón mayor Federico Jiménez Losantos en El Mundo: "El garbeo nada garboso de Juan Carlos I en busca del aplauso de una derecha amnésica y senil ha sido un acto de deslealtad al Rey, cercado por quienes nunca le perdonarán su defensa de la Nación y la Constitución frente al golpismo catalán, que, en vez de la cárcel, está en el Poder junto al partido de Sánchez, el de la ETA y el de Caracas. Pero ha sido también una deslealtad a sí mismo y a la época mejor de su reinado, la que va de la muerte de Franco en 1975 al 23F de 1981".
José María Carrascal ya le calzó unas collejas y hoy, aunque también le lanza unas loas a sus primeros años, reincide. Vean con qué crueldad: "Sus tejemanejes con faldas y dineros, en cambio, parecen más propios de uno de esos jóvenes vástagos de la monarquía inglesa que los de un Rey jubilado, que es lo que es, nada más, pero tampoco nada menos. Pocas cosas hay más penosas que un jubilado intentando estar en plena forma, y su paso por Sangenjo ha mostrado que la dejó atrás hace bastante tiempo".