Miembro fundador de un puñado de bandas esenciales del rock en Bizkaia (los renacidos The Flying Rebollos sería el ejemplo más notable), el guitarrista portugalujo Txus Alday es un veterano de la música vasca. Lleva más de tres décadas alimentándose de la vitamina eléctrica del rock y, según cuenta en esta entrevista, le queda cuerda para rato. Este currante de la guitarra, que durante un breve periodo acompañó a Fito en su salto al estrellato, toca actualmente con su banda de rock and roll de perfil clásico, Tacoma, mientras prepara el regreso de los Rebollos.
Vuelven Oasis y también The Flying Rebollos. Son buenos tiempos para el rock de los 90.
-El rock siempre ha estado ahí. Habrá épocas en las que esté más presente y otras menos, pero hay un germen y es muy difícil que el rock se muera después de tanto tiempo. Es verdad que las modas cambian, que la forma de consumir música es otra, pero el rock sigue muy vivo.
¿La vuelta se gestó en el concierto de reunión del pasado mes de mayo en Txiberri?
-Edorta [Aróstegui, cantante y letrista] se juntó un día con Juantxu Olano, bajista de Platero y Tú, y comentaron la posibilidad de hacer una fiesta para celebrar que después de todo este tiempos estamos vivos y seguimos aquí. Edorta nos llamó para reunir a la banda. En 25 años no habíamos hecho más que una cosita suelta y vimos que podíamos seguir con esto y hacerlo bien. El concierto de Txiberri fue impresionante. Ensayamos mucho para llegar a punto, con el esfuerzo que eso supone, y estuvimos super a gusto. Y en esas estamos.
¿Cuál es el plan a partir de ahora?
-No tenemos ninguna pretensión, simplemente queremos tocar y grabar unos temas nuevos. Vamos a la sala Porta Caeli de Valladolid el 27 de septiembre y el 5 de octubre será el día del concierto en la sala Santana de Bilbao. Y, a partir de ahí, lo que surja sin presión de ningún tipo. Para finales de año o principios del que viene nos gustaría publicar cuatro canciones. Hay que ver qué onda tienen, el formato, cómo las sacaremos… Ya hemos empezado a trabajar en ellas.
The Flying Rebollos, con ese guiño en el nombre a The Flying Burrito Brothers, se parecía mucho más a Dr. Feelgood o los madrileños Burning. Rock and roll de puro asfalto.
-Esas dos bandas que mencionas me encantan. Cuando el grupo surgió hace ya treinta y pico años, éramos unos chavales que, dentro de la efervescencia punk en la que habíamos crecido, nos gustaba otro tipo de música: los Rolling Stones, Neil Young, Creedence Clearwater Revival… Éramos la excepción en la zona y diría que en Euskal Herria, porque hacíamos rock and roll con una actitud muy punk. Íbamos un poco a contracorriente. Éramos muy cabezones, y ahí seguimos.
¿Cómo recuerda aquellos años 90?
-Todo pasó muy rápido. Fueron unos años muy locos. Desde que hicimos el primer bolo con los Flying Rebollos nos llamaron de todos los lados. En la época preinternet, el bar de Edorta era como nuestra oficina y ahí cogíamos el teléfono y cerrábamos las fechas. Solo en el primer año hicimos 50 o 60 bolos.
En su actual proyecto, Tacoma, dice la letra de Aquí y ahora: “Luchando con mis fantasmas conseguí llegar aquí”. ¿El del rock and roll es un camino lleno de obstáculos?
-Es lo mejor que me ha pasado en mi vida. Siempre he tocado en bandas de rock; con algunas he tenido más fortuna, con otras menos, pero ha merecido la pena. He hecho un montón de amigos, hay muchas canciones que me han llenado y es muy gratificante que haya gente que se identifique con tu música. Como suele ocurrir, hay épocas más boyantes y otras en las que vas tirando. Pero yo no pienso tirar la toalla en esto. Mi sueño es acabar tocando canciones de blues en un garito.
¿Se puede vivir de la música sin caer en las modas o en fórmulas demasiado comerciales?
-Sobrevives. Muchas veces en este mundo terminas haciendo trabajos relacionados con la música, como de técnico de sonido, por ejemplo, un poco de todo. Los músicos de rock somos multiusos, pero al menos en mi entorno nadie se dedica a esto solo por dinero. No es la motivación principal.
Tiene una larga carrera a sus espaldas. ¿Le gusta o simplemente acepta con resignación que, a veces, solo se le recuerde como el guitarrista melenudo de Fito & Fitipaldis?
-No creo que me reconozcan mucho como el guitarrista de los Fitipaldis, al menos en mi entorno. Soy un músico de rock and roll de Portugalete. Fito es amigo mío desde niño y he crecido con él. En absoluto me molesta que me recuerden esa etapa. Para mí fue un orgullo hacer un disco con él.
¿Fito hace rock?
-Hace lo que le pide el corazón. Es una persona muy honesta. Habrá calado en mucha gente y llegará a públicos muy amplios pero en su música siempre hay una vertiente rock, blues o country. Fito es un rockero nato. Acabará como yo: tocando blues en un tugurio.
¿Qué queda del rock portugalujo? ¿Hay nuevas bandas que mantienen encendida la mecha de las guitarras eléctricas?
-En Portugalete siempre ha habido bandas que se han movido en el ámbito del rock. Muchas veces somos los mismos que saltamos de un proyecto a otro o que probamos cosas distintas, pero no dejan de salir grupos. Ahora, por ejemplo, están los Mary Rockings, que le pegan muy bien. Es un pueblo en el que hay meneo rocanrolero.
En 2018 presentó en Portugalete una exposición de pintura bajo el título Paisaje después de la batalla. Es un nombre recurrente en el arte y la cultura: hay un libro de Juan Goytisolo que se llama igual y también una película polaca de Andrezej Wajda sobre la Segunda Guerra Mundial.
-El libro de Goytisolo me sirvió como inspiración para el título de la exposición. Durante una época me dio por hacer paisajes áridos y desangelados, un poco invernales. Esos paisajes desolados iban muy bien con un título como el de Paisaje después de la batalla.
Su faceta de pintor es bastante más desconocida. ¿En qué anda metido ahora mismo?
-Lo que me vaya surgiendo. Va por épocas. Sigo pintando paisajes, aunque ahora son un poco diferentes. No es fácil de describir. También pinto objetos concretos y sigo exponiendo de vez en cuando. Trabajo sobre papel, óleo, también empleo la técnica mixta… Es muy diferente a estar en un grupo de rock, pero ambas se complementan. Con la pintura soy yo el que toma las decisiones, mientras que en una banda intervienen más factores porque cada uno atiende a sus circunstancias personales.
Rock en las venas
Con Txus Alday, uno de esos artistas queridos por la parroquia rockera, es fácil perder la cuenta de todos los grupos, efímeros o de largo recorrido, en los que ha estado implicado. Este superviviente del rock conoce perfectamente los entresijos del sector tras cerca de cuatro décadas al pie del cañón. De su etapa en los primeros Fitipaldis solo tiene buenas palabras. Después de los frenéticos años de The Flying Rebollos, con el cambio de siglo, se pasó al punk rock de la mano de The Painkillers, que en el año 2000 se llevaron el V Concurso de Pop Rock Local de Getxo.
Con la banda Hash se suele juntar “de ciento en viento”. Alday asegura que en este caso los derroteros musicales irían más por la música negra (soul, blues) sin perder de vista a grupos tan emblemáticos como los Allman Brothers. Lo de Los Imbéciles fue un visto y no visto: dieron un concierto y se disolvieron. “Fue la hostia. Tocamos 20 temas y ahí se ha quedado”, rememora.
La banda de versiones incendiarias Flaming Riffs se recicló en los actuales Tacoma. Más gasolina 70s y melenas al viento. Esta formación ha publicado dos álbumes hasta la fecha, uno homónimo (2016) y Aquí y ahora (2021).