La amistad de Bravo con Daniel Vinton, un mítico periodista que muestra las heridas de las batallas pasadas, y su amor por la enigmática traductora Nann Lay, son el preludio de la tragedia que enfrenta al recién llegado a su prueba de fuego. El corresponsal (Editorial Planeta) le lleva hasta el país "más bello y triste jamás inventado" y allí descubre "el mundo íntimo de los reporteros de guerra", sostiene David Jiménez. ¿Pueden el amor, la amistad y la verdad abrirse paso entre las tinieblas de la condición humana? A juicio de este avezado periodista, sí.

El periodismo se ha convertido en una profesión de alto riesgo, sobre todo en países como México, donde casi a diario asesinan a algún compañero.

Sí, y es algo increíble. Además, pone en perspectiva que en los países de nuestro entorno puedes perder tu puesto de trabajo, no puedes expresar libremente tus opiniones, puede ser ninguneado€ pero si lo comparas con México, Afganistán o India, esto es casi un paraíso. Hay cientos de compañeros en otros lugares que saben que informar les puede costar la vida, como está sucediendo. Eso no quiere decir que nosotros vivamos en una situación maravillosa, porque la precariedad lleva a la autocensura y eso no es bueno para una democracia que se precie; una población bien informada tiene opinión, es crítica, y eso beneficia al país.

¿Por qué eligió Birmania, donde estuvo cubriendo la Revuelta Azafrán, como hilo conductor de su novela?

Porque Birmania me marcó especialmente. Me enviaron en 2007, siendo muy joven, a cubrir lo que estaba ocurriendo allí, y asistí al sueño de un pueblo que pedía libertad en las calles, unas calles lideradas por monjes, muchos de los cuales fueron masacrados en movilizaciones que eran pacíficas. De todo ello se enteró el mundo gracias a los fotoperiodistas, a los corresponsales que estuvimos allí y que pusimos ojos y voz a aquellas personas. Los pocos periodistas que vivimos aquella tremenda situación fuimos testigos de hechos dramáticos. Lo cierto es que después de más de 20 años de corresponsal en numerosos países tengo un montón de material para ir contando.

¿El mundo de los corresponsales es tan fascinante como nos muestran las películas de Hollywood?

No. Tiene sus pros y contras, pero sí es fascinante cómo se viven las relaciones entre compañeros, a veces de pura amistad, otras de traición, y otras de amor. Todos los profesionales que son corresponsales en ciertos países saben que cada día se juegan la vida y que ese puede ser el último, por eso viven sus relaciones con enorme intensidad. Todo este mundillo da muchísimo juego para una novela de aventuras, de riesgo, que es lo que narro en El corresponsal.

¿Siempre tuvo claro que quería ser corresponsal?

Sí, desde que empecé en este oficio hice todo lo posible para que me enviaran por ahí. Esta profesión, calificada por muchos de perfecta para golfos y embusteros, es clave para la democracia y la libertad, porque sin periodismo no hay democracia, aunque sea cierto que no corren buenos tiempos para la profesión.

¿Los reporteros y los fotoperiodistas en conflictos armados están en vías de extinción?

Es cierto que vivimos en un momento muy bajo y que el oficio tal y como yo lo conocí está desapareciendo. Cuando empecé, el periódico me pagaba los gastos, me permitía sumergirme en los lugares sin problemas económicos. Ahora la calidad de la información ha sido sacrificada por los beneficios económicos de las empresas, y eso ha afectado a los corresponsales.

¿Se le paga más a una tertuliana del famoseo que a un buen profesional del periodismo?

Es un horror cuando pones determinados canales y ves a una señora o a un señor que no tienen ni idea de nada, pero que gritan mucho, y cuanto más lo hacen, más euros ganan. Mientras tanto, a un reportero que se juega la vida por informarnos se le paga una miseria. Además, muchos de ellos son free-lancers que cuando ofrecen sus servicios a las televisiones, agencias o periódicos tienen que adelantar sus gastos. Me apena que determinadas cadenas, aunque sea algo legítimo, abonen millonadas a tertulianos del cuore y que les reconozcan socialmente, mientras que los profesionales que nos cuentan el sufrimiento y la realidad que viven miles personas en otros países del mundo son ignorados.

¿La vocación puede más?

Sí, son gente con ganas de hacer su trabajo. No tienen reconocimiento profesional y es descorazonador que los jóvenes estudiantes de Periodismo tengan tan pocas expectativas de ser corresponsales, pero muchos lo conseguirán porque están convencidos de que tienen que ir al lugar de los hechos para contar las desigualdades y dar voz a la gente que de otra manera no podría contar su historia.

El periodista David Beriain y el cámara Roberto Fraile fueron asesinados en abril en Burkina Faso mientras rodaban un documental sobre la caza furtiva en ese país, y después todo fueron reconocimientos públicos.

Sí. Muchas veces al corresponsal solo se le reconoce cuando lo asesinan, y una vez que ha muerto todo son elogios hacia su trabajo, homenajes desde las instituciones, en los medios... Esto sucede después de haberles ignorado cuando llaman a las redacciones y no logran contactar con los jefes, o cuando sudan tinta para vender desde sus productoras los reportajes que proponen. Cuando ocurre la tragedia los políticos montan un premio periodístico con el nombre del profesional asesinado y los reporteros de guerra pasan al olvido; solucionado el problema y la conciencia queda tranquila. Todo esto forma parte de la urgencia.

¿Su novela mitifica a los reporteros?

No, porque, como he comentado, también tienen el lado oscuro de las rivalidades, pero hay que reconocer que quienes van a miles de kilómetros a jugarse la vida son personas a las que hay que valorar, tenerlas en cuenta y no ignorarlas, como sucede ahora.

Uno de los personajes de su novela dice que es la profesión mejor que nunca existió. ¿Es lo que refleja el libro?

Es una novela de viajes, aventuras, amor, amistad, periodismo y conflicto político. Podía haber optado por un libro de no ficción, pero tenía una trama detrás, la de un joven reportero y otro verano que afianzan una gran amistad. He optado por contar el mundo de los corresponsables a través de una historia real y con la libertad de la ficción, y he intentado que sea trepidante, aunque estén cubriendo una guerra. Y todo lo viven de una forma muy intensa.

¿Porque desarrollan su trabajo en países donde su vida vale muy poco?

Sí. Ahora mismo, el autoritarismo está creciendo en todo el mundo, y es la época más peligrosa para los corresponsales. A la vez, sufren también la soledad de los medios de comunicación, que no les suelen cuidar ni a ellos ni a su trabajo.

¿Recomendaría a los jóvenes que se dedicaran a este oficio?

El periodismo es una profesión muy bonita cuando respetan tu trabajo. Cuando entré en el despacho del director de El Mundo en mis inicios profesionales le pedí e insistí que quería irme a Asia, y lo conseguí. Ahora resulta muy complicado salir al exterior, pero a los periodistas que se forman les recomiendo que aprendan inglés, porque fuera de España hay muchos países donde, a pesar de la precariedad, se respeta la labor del corresponsal, del reportero, e incluso en algunos están bien remunerados.

¿Ya está preparando su próximo proyecto?

Sí. Este ha sido mi quinto libro y después de acabar cada uno de ellos me quedo como vacío. Después de El corresponsal habrá nuevas iniciativas; me gusta y sin duda habrá más libros en el futuro. En periodismo he hecho un poco de todo, me he divertido y lo seguiré haciendo.

¿Los corresponsales de guerra vuelven años después al lugar donde ejercieron la profesión?

Para el periodista es fundamental volver al lugar donde estuvo contando sus historias. En mi etapa regresé para hacerlo con un espíritu humano: cómo había cambiado la situación del país, de la población... Y fue muy gratificante, profesional y personalmente.

PERSONAL

Nacimiento: Barcelona, 1971.

Profesión: Periodista y escritor, ha sido reportero de guerra, corresponsal y director del periódico El Mundo. Actualmente es columnista en The New York Times.

Trayectoria profesional: Ha trabajado como reportero en más de treinta países, incluidos Corea del Norte, Siria o Birmania. Sus libros han sido traducidos a media docena de idiomas e incluyen éxitos como El director, descarnadas memorias sobre el año que dirigió el diario El Mundo, donde pone al descubierto las telarañas que adornan a esto rotativo que da voz a la derecha española.

Otras obras: Además de la última, El corresponsal (Ed. Planeta), también ha publicado Hijos del monzón, El lugar más feliz del mundo y Botones de Kabul, novela inspirada en su cobertura del conflicto afgano.