Samira Gueriche (49 años) llegó desde Marruecos a España hace ocho años para trabajar en la agricultura; empujando un carro de hierro lo suficientemente pesado para querer abandonar las tareas encomendadas. “Después de quince días, lo dejé. Era muy duro, nos despertábamos a las 3.00 de la mañana y estábamos allí hasta las 16.00 de la tarde, con media hora de descanso”, relata ahora la actual cuidadora y empleada del hogar en conversación con este diario.

Lo cierto es que Vitoria estaba de paso para ella por aquel entonces, pues los planes que tenía Gueriche era trabajar en un restaurante de Bélgica. “Fue una trampa, era mentira”. Así que no tuvo más remedio que “buscarme la vida, y la salida que tenía era trabajar como empleada del hogar”.

Sin permiso, sin experiencia y sin saber palabra de castellano comenzó en trabajando en casas de personas saharauis y más tarde lo hizo en la de una familia gasteiztarra. A día de hoy, Gueriche está a cargo de las tareas domésticas en dos hogares de la capital alavesa. 

A su lado en la mesa, Isabel Linares de Murguia (Bolivia, 60 años) cuenta como gracias a Ainhoa, una de las trabajadores entonces de la agencia de colocación de Cáritas Vitoria, Lan bila, pudo tener una muy buen acogida en la capital alavesa hace poco más de diez años.

Actualmente, ejerce como empleada y cuidadora en dos hogares de Gasteiz y es la presidenta de la asociación Manactha. “Me tratan muy bien, por lo que no tengo quejas del trabajo”. Aunque tampoco esconde que es una persona “con aguante” y armada de paciencia. “Estoy agradecida porque me han tocado personas buenas y sigo trabajando”. 

En el caso de Samira, su jornada laboral consiste en llevar a cabo tareas como preparar el desayuno, limpiar el baño –la casa en general– planchar y, una vez se despierta la usuaria, “la ducho y le doy de desayunar”, recoge, hace la cama y retoma las labores de limpieza.

“Trabajar 24 horas no es legal”

Ambas mujeres han conocido en primera persona lo que es trabajar como interna. Un pasado que deja huella, porque “es muy frustrante”.

Sin ir más lejos, Gueriche estuvo cuatro años ejerciendo como tal “antes de tener el permiso”. Y aunque considera que tuvo suerte con las personas que la contrataron –“era gente muy buena que me siguen apoyando también ahora”– deja constancia de la dureza que implica acometer las funciones encargadas. “Trabajar 24 horas no es legal. Terminas con un poco de depresión, con manías y más desganada. Te roba la vida, te roba muchas cosas”, expone la empleada del hogar.

“En la asociación había una chica que no la dejaban salir, que trabajaba de lunes a lunes. Y quisimos ayudarla"

Además, asegura que existen los episodios de insultos e incluso agresiones físicas en el sector. “Hay gente con enfermedades mentales, y nosotras no estamos formadas para afrontar esos casos. Tampoco las familias están preparadas para cuidar a una persona mayor”, sostiene. 

“No sabemos qué pasa detrás de la puerta”, agrega Linares en relación a la situación de otras compañeras.  “En la asociación había una chica que no la dejaban salir, que trabajaba de lunes a lunes. Y quisimos ayudarla”. 

Además de recibir amenazas de despido. “Como no tenía papeles, tenía que estar calladita. Y esto tiene que cambiar, tienen que saber que no están solas, como asociación estamos para apoyarlas. Con papeles o sin papeles, tenemos los mismos derechos y deberes”, sostiene la representante de la entidad alavesa.

Por otro lado, remarcan la sobrecarga de tareas en las que se ve envuelta una interna. “Estás aquí la limpieza, la cocina, el apoyo mental, sentimental y todo. Y yo, por ejemplo, no era capaz de hacerlo”, confiesa Gueriche.

Samira Gueriche e Isabel Linares de Murguia, cuidadoras y empleadas del hogar en Vitoria. DNA

De hecho, en esa etapa laboral tuvo que lidiar con una mujer que padecía trastorno bipolar. “La familia no me lo contó antes de empezar”, desvela. Ambas coinciden en que esto sucede más de lo que parece. “No nos dicen la verdad al principio. Pero hay casos que son agresivos, casos serios en los que tienes que saber cómo actuar”, cuenta.

"Cuando vuelves ni te conocen"

Cuatro años también estuvo Linares como cuidadora las 24 horas del día. Hasta tal punto que su hija pequeña llegó a decirle: “mi madre me ha cambiado por el trabajo”. “Lo hago porque lo necesitamos”, le respondía ella. “Pero, me rechazaba, decía que me había ido”, narra.

“Hay familias que han venido de donde yo vengo dejando allí a los hijos, que a veces cuando vuelves ya ni te conocen”, comparte Isabel. “Nosotros no hemos estudiado pero queremos lo mejor para nuestros hijos”. Al final y al cabo, ayudar al bienestar de la familia que difícilmente dejan atrás.

“Estamos mal pagadas”

“Si el salario te da justo para comer es esclavitud”, sostiene firme Samira, quien apostilla que “con 1.100 euros no te da ni para comprar ropa” en un contexto donde los alquileres no paran de encarecerse. “Estamos mal pagadas”.

Precisamente, tratar de mejorar las condiciones económicas de las trabajadoras fue una de las reivindicaciones, o puntos a visibilizar – como ellas prefieren denominarlo– ayer, que como cada 30 de marzo, se celebró el Día Internacional de las Trabajadoras el Hogar. 

Sin ir más lejos, Cáritas y Manactha prepararon un manifiesto conjunto que, entre otras cuestiones, recogía la necesidad de reconocer socialmente la profesión a pesar de las mejoras en las condiciones de contratación y trabajo en así como en la Seguridad Social.

“Queremos alzar la voz, dada la importancia que los trabajos de hogar y de cuidados tienen para el sostenimiento de la vida. Un sector con rostro de mujer, aunque ambas coinciden en que cada vez aparecen más manos masculinas que se adentran en él.

Aún así, siguen suponiendo una notoria minoría. Según datos de Lan Bila, encargada de la intermediación laboral para la contratación de personas en servicio doméstico que acudan a Cáritas con ofertas de empleo, el año pasado ofreció esa intermediación a 362 personas; de ellas el 92,82% fueron mujeres.

Labor desde la asociación

Cada quince días, voluntarias de Manactha se reúnen en la calle Eulogio Serdán (Coronación). Allí, además de darse apoyo mutuo y hacerse compañía, realizan distintas actividades, como manualidades o costura y también atienden a charlas de psicología.

No faltan las tertulias acompañadas con café en las que brindan propuestas de mejora para la entidad que agrupa actualmente a 130 personas afiliadas, pese a que algunas ya han partido hacia otros destinos y llegan otras caras nuevas con ganas de saber de primera mano las condiciones que merecen en este sector precarizado.