“En los cinco años que estuve como cuidadora interna no conocí Vitoria”
Gricelda, Karina, Marcia y Melania son cuatro voces que velan por los derechos de las trabajadoras del hogar en Álava, bajo las siglas de ATHCA
La dura realidad de las trabajadores internas del hogar poco o nada figura en el esquema socio-laboral actual. Voces silenciadas, invisibles en muchas esferas, también en la cotidianidad, pero cuya labor es imprescindible en la vida de las personas que ya no pueden valerse al completo por si mismas y requieren de esta ayuda. En Vitoria, al igual que ocurre en otros puntos del territorio alavés, vasco y del Estado, la mayoría son mujeres migrantes.
“Cuando una persona llega por primera vez a este país, donde no tiene a nadie y un lugar donde vivir, lo primero que te ofrecen es el trabajo de interna”, relata a este diario Karina Zuñiga, nacida en Perú y vecina de Gasteiz desde hace seis años; de los cuales cinco estuvo como empleada del hogar conviviendo con la persona que cuidaba. “Lamentablemente, como no conoces la realidad de lo que vas a vivir, aceptas”. Ahora, “sé de que va esto”.
Gricelda Amador: “Queda mucho por mejorar para las trabajadoras del hogar y cuidados de Álava"
Gricelda Amador (Honduras), Marcia Ramírez (República Dominicana) y Melania Gamecho (Paraguay) también han estado en la piel de una trabajadora interna, son conocedoras de lo que es trabajar “de sol a sol” en unas condiciones precarias y expuestas a una mayor vulnerabilidad a posibles abusos, también sexuales. Especialmente aquellas que se encuentran en situación irregular. “Yo no sabía que era una nómina. Me pagaban en mano”, cuenta Amador. Y aunque ahora todas cuenten con una a final de mes, no olvidan esa colonización de tiempo y espacio que a día de hoy agrupa a otras tantas mujeres.
Todas ellas, forman parte de la asociación de Trabajadoras del Hogar y de los Cuidados de Álava (ATHCA), que vela por los derechos de todas las profesionales. Derechos que en muchos casos, o nunca llegan o se evaporan con el paso del tiempo, según cuentan.
"Si se despierta por la noche, hay que estar ahí"
Y es que, bajo el título laboral de empleadas domésticas y cuidadoras internas se esconde un incansable listado de tareas diarias que ocupan “casi las 24 horas del día” de estas mujeres, aunque se establezcan “40 horas semanales”. “Te dedicas a todo. Demasiadas responsabilidades y siempre por el mismo sueldo”, comenta en este sentido Amador. Únicamente con dos horas de descanso al día y libranzas los sábados y domingos – en el mejor de los casos–, aunque eso no quita de deban están en modo alerta hacia la persona que tienen a su cargo.
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“Si se despierta por la noche, hay que estar ahí, pendiente de que no se caiga. Yo dormía al lado de ella en la cama”, comparte Amador. “ Muchas de las compañeras internas comparten habitación con la persona que cuidan. Ahí no puedes descansar”, agrega Zuñiga, quien apunta que “los cinco años que estuve metida de interna no conocí Vitoria”. “He aprendido ahora lo que es subirse a un tranvía”, revela.
En su caso, lo de ser interna no entraba en sus planes de futuro, pues en Perú cursó sus estudios en Educación Inicial para niños –que equivale a Educación Infantil de aquí– . “Si quisiera ser profesora en Vitoria tendría que volver a estudiar, empezar de nuevo”, expone Zuñiga.
Precisamente, poder estudiar para mejorar sus condiciones es algo imposible –por falta de tiempo– para muchas de estas trabajadoras del hogar ya que “no tienen la oportunidad de recibir algún curso, al no coincidir con los horarios que ellas tienen”. “Una empleada del hogar también tiene que ir a hacer compras, a por las medicinas a la farmacia, al médico, a la peluquería. A donde estas personas quieran salir”, explica Amador.
Experiencia personal
“Como en todas partes, hay gente buena y gente mala. Y en medio de todo eso, aguantas muchas cosas, como estar lejos de tu familia y de tu hogar”, sostiene Zuñiga.
El primer trabajo que obtuvo Ramírez en la capital alavesa fue de interna. “Duré tres años con una señora. Tenía que sujetarla, ducharla, hacerle la comida, darle sus trece pastillas diferentes, muy clasificadas y muy a la hora”, rememora. Y aunque ese periodo laboral no lo recuerda como un episodio negativo, apostilla que los problemas venían vinculados a una de las hijas de la usuaria veterana. “Las demás eran buenas personas”.
Por su parte, Amador recuerda los veranos en el pueblo de su persona a cargo. “Iban las de servicio a domicilio, pero a mí me tocaba hacerlo todo. Y siempre por el mismo sueldo”, comparte.
Por otro lado, existe el factor desconfianza de las personas dependientes o que no se manejan de forma autónoma hacia las propias cuidadoras, sobre todo cuando se incorporan por primera vez. “Se piensan que les vas a hacer daño o que les vas a hacer caer”, comenta Amador.
“A veces en lugar de facilitar nuestro trabajo nos lo complican. Y si les pasa algo la culpa es nuestra”, añade en este sentido Zuñiga.
El caso de Melania, como ella misma apunta, es “bien distinto”. “Yo, en un principio, no vine aquí para trabajar, sino que vine enamorada para ayudar a mi marido en la panadería en Madrid”. Fue por su hermana por quien vino a Vitoria en 2017 y comenzó a cuidar a una mujer mayor que padecía Alzheimer. “Fue bastante duro. Se pensaba que yo le robaba. Al año renuncié, porque sino me enfermaba yo”, relata Gamecho.
Fue la primera vez que le tocó lidiar con esta enfermedad. “En ocasiones no te avisan de cómo es la persona a la que van a cuidar”, agrega en este sentido Zuñiga, a quien no le respetaban los tiempos de descanso para amenizar –en cierto modo– la atareada jornada laboral. “En las dos horas que tenía libre, hacía las compras para la casa porque durante el resto del día no me dejaba la señora, no quería que me moviera de su lado. ¿Y cuándo descansaba yo? Vivía a contrarreloj”, expone la trabajadora.
“Nos exigen hablar como ellos”
La realidad narrada por estas cuatro mujeres también deja entrever que el racismo y el machismo están “presentes” cada día. “En esta asociación contamos con compañeras que son de África y, lamentablemente, aún habiendo hecho el curso de sociosanitario, no les quieren dar el trabajo simplemente porque son negras. El racismo está presente. Y eso da cólera”, expone Zuñiga.
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Un rechazo que se extrapola a todas mujeres migrantes, según cuentan. “A nosotras nos critican por venir de donde venimos, no respetan nuestras culturas, nuestras costumbres. Nos exigen hablar como ellos”, critica la cuidadora.
Asimismo, también han sido víctimas de conductas machistas por parte parte de los usuarios. “El señor al que cuidaba me gritaba que todas las noches me fuera a dormir con él. Se pensaba que yo era su esposa”, cuenta Gamecho.
"Existe el acoso sexual"
“La violencia machista, en el caso de las internas, está escondida. En este trabajo también existe el acoso sexual. Intentos de besar en la boca, preguntas sobre si te vas a poner o no falda y actos como el de desabrocharse el pantalón para masturbarse. Se puede denunciar, pero se necesitan pruebas”, condena Zuñiga, quien asegura que, en la mayoría de ocasiones, “no se consigue nada”. “Uno me dijo que no habíamos congeniado. Yo le dije que no había venido a congeniar, si no a trabajar”, relata Gamecho.
Internas en la zona rural
La situación se recrudece todavía más para aquellas empleadas del hogar a tiempo completo que residen en la zona rural de Álava. “En los pueblos es donde más aceptan a trabajadoras sin papeles. Porque les pagan lo que quieren por hacer las mismas labores que a las que cotizamos”.
De ahí que, desde la asociación, junto con agentes de la casa y escuela para el Empoderamiento Feminista de Vitoria trabajen ahora en “mapeos”, a fin de poder analizar “la situación de las compañeras” y poder, en este sentido, ir a visitrlas. “No se sabe nada realmente de ellas, de cuál es su situación. No saben cómo empezar ni donde ir a reclamar”, expone Karina.
Una ventana a los derechos
ATHCA nace en 2019 a raíz del primer encuentro de mujeres que tuvo lugar en La Casa de las Mujeres de Gasteiz, que congregó a trabajadoras de distintos rincones del Estado a fin de aunar fuerzas en una incansable lucha; la de reconocer los derechos y mejorar las condiciones de todas las cuidadoras.
En la actualidad, la entidad alavesa “de empoderamiento feminista” está compuesta por un total de 55 socias, la mayoría entre 45 y 55 años; aunque las hay más jóvenes.
Tal y como explican las cuatro trabajadoras, el carácter de la asociación es sin ánimo de lucro. Asimismo, se reúnen cada quince sábados, para que así puedan asistir las trabajadoras internas. Y lo hacen en un pequeño espacio cedido por el Ayuntamiento de Vitoria, en la casa de asociaciones Simone de Beauvoir, donde también se ubica el Bizan de Coronación.
“Les damos a conocer nuestros derechos, hacemos proyectos, compartimos experiencias, ideas y nos hacemos compañía. Muchas no tienen con quien hablar”, coinciden las cuidadoras.
En paralelo, también mantienen encuentros en la propia Casa de las Mujeres, donde reciben asesoría jurídica, especialmente aquellas que tengan problemáticas laborales. “A las recién llegadas les damos orientación para el trabajo, les explicamos cómo es, les hacemos conocer sus derechos y hacerles saber también que, aún sin tener papeles, ellas también deben ganas lo mismo que una persona que sí los tiene”, sostiene Amador.
Múltiples talleres
Por otro lado, organizan distintos talleres, desde psicología, gastronomía y costura hasta otros que están relacionados a cuidados paliativos, a posibles duelos o la abrumadora soledad. Tampoco faltan actividades para promover el amor propio hacia una misma, para fomentar el bienestar emocional. “¿Quién nos va a cuidar si no lo hacemos nosotras?”, reflexionan.
Y, para las compañeras internas que desconocen la existencia de esta unión de mujeres, guardan un mensaje cargado de sororidad. “No tendréis a vuestras familias, pero nos tenéis a nosotras”, zanjan conjuntamente.
Cómo ponerse en contacto
Las vías de contacto con este colectivo de trabajadoras de hogar y cuidados son el teléfono 632 43 22 61 y el email athca.aezle@gmail.com.
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