El arqueólogo Armando Llanos (Gasteiz, 1935), cofundador del Instituto Alavés de Arqueología, ha consagrado su trayectoria no solo a desenterrar el pasado para comprender mejor como vivían las gentes del pasado, sino a divulgar también todo ese patrimonio.
Esta labor que, “de forma tenaz”, ha dedicado durante siete décadas a descubrir “el mundo de la prehistoria reciente y de la protohistoria” será reconocida este domingo por la Fundación Sabino Arana en el bilbaíno teatro Arriaga.
Será a través de la XXXV edición de los premios que llevan el nombre del padre del nacionalismo vasco y que cada año se entregan a “personalidades, instituciones o colectivos que se han distinguido por su trabajo en favor de la sociedad o por trayectorias vitales de superación y mérito”.
En primer lugar, enhorabuena. ¿Qué supone recibir este premio de la Fundación Sabino Arana?
–Gracias. Supone una de esas noticias que te llega cuando la Fundación Sabino Arana te llama para decirte que te ha concedido este premio. Uno, en todo caso, no hace las cosas pensando en un premio, sino porque hay que hacerlas.
Aunque ha tenido el honor de recibir ya unos cuantos, como la Medalla de Álava, la mayor distinción que concede la Diputación Foral, ¿qué tiene de especial este?
–Este tiene un fondo que es completamente diferente por el motivo por el que se concede. Este año se premia a entidades y personas variadas: desde la asociación de pastores vascos en América o al equipo de ciclismo femenino Laboral Kutxa-FundaciónEuskadi ciclista, pero todos ellos tienen un fondo común: que se ha trabajado por el país y durante muchos años en temas concretos.
En su caso, se inició en la arqueología en 1957, como discípulo de José Miguel de Barandiarán, quien le animó a investigar en Álava.
–En ese momento, Álava no es que fuera un territorio virgen para la arqueología, porque incluso las investigaciones más antiguas de todo el país se hacían en este territorio, con el descubrimiento del dolmen de Egilaz (San Millán). Lo que pasa es que no había nada estructurado y por eso, cuando empezamos nosotros, una de las cosas que quisimos siempre fue crear estructuras que perdurasen. Y hemos llegado al momento actual, con toda la labor que hay en la universidad, en el Instituto Alavés de Arqueología o el museo de arqueología (Bibat), que arropan y dan consistencia a la investigación.
Sus investigaciones en Álava han tratado diferentes etapas culturales, pero su verdadera especialización se ha centrado en el Bronce Final y Edad del Hierro. ¿Por qué razón?
–No sé si es vocacional o intuitivo, pero cuando haces un análisis del estado de la situación, qué es lo que se está investigando, dónde hay un vacío, cuál puede ser importante para resolver aspectos no conocidos... Llegó un momento en el que decidí coger esta etapa del Bronce final y de la Edad del Hierro porque es el gran vuelco que da toda la sociedad a nuevas fórmulas, que supusieron unos avances tremendos y que impulsaron, diría yo, una sociedad más moderna. Nuestro análisis fue que había muchos temas a investigar y que lo importante era hacer un programa y un planteamiento a largo plazo... Tanto que llega hasta hoy (risas).
Porque para usted, ante todo, construir un relato histórico es la esencia de la arqueología.
–Sí, en realidad la arqueología es una metodología y lo que estás buscando es hacer historia: qué ocurrió y por qué... Sobre todo, de épocas en las que no había nada escrito. ¿Qué hay que hacer entonces? Analizar la parte material de esas sociedades, que es la que nos lo va a explicar.
¿Y cómo es ese momento en el que descubre objetos del pasado?
–Trocitos de cerámica suele ser el primer material en aparecer y aunque es importantísimo...
¿Quiere decir que uno incluso puede acostumbrarse a eso también?
–Sí, te acostumbras, pero lo más importante de todo es lo que marca la pieza en sí, porque una puede tener belleza y no decir nada y otra, a lo mejor, que sea más insignificante, pero que esté resolviendo problemas clave. Esa es la diferencia entre el investigador y del “visitante”. Sobre todo, me quedo con el conjunto de cosas que hemos descubierto. Por ejemplo, en La Hoya, que es donde hemos dedicado gran parte de nuestra vida (lideró durante 16 campañas el equipo que sacó a la luz el complejo), y donde hay muchas piezas, todo ese conjunto, el reunir eso, lo que ofrece de visión es lo importante. Lo que marca la diferencia.
Ha estudiado cuevas, poblados y necrópolis, con mención especial a ese trabajo que realizó en La Hoya, ¿pero qué yacimiento es el que más le ha sorprendido de todos?
–No sabría decir. El inicio de las investigaciones sobre el medievo lo hicimos nosotros, con necrópolis excavadas en la roca y otros temas que iban apareciendo, aparte de las pinturas rupestres esquemáticas que aparecieron. Y luego están las cuevas sepulcrales, como las seis que excavamos en su momento, que fueron importantísimas, por el ritual de enterramiento, y cómo descubrimos tantos individuos depositados, en unas cuevas, además, que no estaban al alcance de la mano: en la punta de una sierra, en la que nunca había entrado nunca nadie y de difícil acceso.
¿Es cierto que para investigarlas no dudaron en hacer cosas un tanto temerarias, como, por ejemplo, agarrarse a un arbolito para poder entrar a una de esas cueva sepulcrales?
–Sí, eso es cierto. Es que el paso que había que dar era de la roca a agarrarte a un árbol... Había cuevas que estaban en la parte alta del escarpe y que nunca había entrado nadie. Entonces, hubo que hacer rápel. Lo que pasa es que en esa época éramos jóvenes e insensatos (risas).
¿Queda mucho por excavar en Álava?
–Buff... De excavar ha quedado la mayoría, pero no hay que excavar por excavar. La excavación es solo el método para explicar algo. Por ejemplo, si aparece un recipiente, hay que tratar de explicar por qué y para qué aparece allí, qué relación tiene con lo que hay alrededor...
Donó al museo Bibat de Gasteiz su archivo (material gráfico, fotográfico e impreso, fichas, dibujos, planos o inventarios) de décadas de trabajo sobre las intervenciones arqueológicas más importantes en Álava.
–Sí, de toda la parte que se ha investigado o incluso de esa en la que también te equivocaste de camino... Todo eso es importante para el que venga, pueda continuar y desarrollar mejor esos trabajos.
¿Cómo es, por cierto, la nueva generación de arqueólogos?
–Viene magnífica, con unos equipos que están trabajando con los pies en la tierra, sabiendo lo que hacen. Se han creado ya estructuras, que hace que se investigue, con resultados magníficos y resultados que se publiquen. Es algo que está rodando, pero rodando bien.
La figura del arqueólogo ayuda a desenterrar el pasado, ¿pero esta profesión sigue teniendo futuro?
–Déjeme pensar para decirlo de una forma suave: ¿Es interesante especializarte, por ejemplo, en griego para vivir de eso y convertirlo en modo de vida?
¿Quiere decir que lo tienen difícil los arqueólogos para llegar a fin de mes?
–Sí, dificilísimo y cada vez más. Hay una parte divergente en esto porque hay más conciencia patrimonial, mucho más que antes y, sin embargo, ese querer conocer, culturalmente, quizás ha bajado, hay una parte más laxa. Aunque en todos estos años ya nos ha costado luchar para que la sociedad tenga conciencia de que es importante conocerlo y conservarlo.
¿Qué opina, por cierto, de esa moda que se puso de ir con detectores de metales a yacimientos?
–Bueno, eso es... Tremendo. Es un yacimiento que se destroza, queda inutilizado y no nos va a poder decir nada.