El centro especial de empleo Indesa 2010 acaba de cumplir 30 años de vida desde sus comienzos allá por 1992, dando oportunidades de empleo a las personas con diversidad funcional del territorio alavés. Ya existían previamente entidades de empleo especial, pero la marca Indesa las unificó bajo su paraguas. En la actualidad, Indesa es una sociedad participada por administraciones públicas, principalmente por la Diputación de Álava, que proporciona trabajo a más de 900 personas con el objetivo de conseguir su plena inclusión social y laboral en diversos sectores ocupacionales como lavandería, cocina, limpieza, sector industrial, servicios y jardinería. Nueve de cada diez de sus trabajadores tienen una discapacidad. El colectivo mayoritario entre las personas con diversidad funcional que operan en Indesa, un 55%, tiene discapacidad intelectual, seguido por los que padecen alguna disfunción física, un 40,8%, y las personas con discapacidad sensorial, con un 4,1%. 

Con motivo de su trigésimo aniversario, DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA se cuela en sus centros de empleo para conocer a varios de esos operarios que llevan tres décadas en sus puestos de trabajo. Son las personas que se encargan de los jardines de la ciudad, la limpieza de los centros cívicos, la cafetería del aeropuerto, la que limpia la ropa y los uniformes de los hospitales, cocina para las residencias de personas mayores o trabaja en la industria auxiliar para empresas como Lascaray o Michelin, entre otros quehaceres. Unos trabajos que resultaron esenciales e imprescindibles para la sociedad durante la temporada más dura de la pasada pandemia del coronavirus al encargarse de la lavandería de los hospitales y la cocina y limpieza de las residencias de la provincia.

“Alegría y satisfacción”

El área de cocina de Indesa, ubicada en Betoño, da empleo a 16 personas sin contar a los responsables, cocineros y encargados del lugar. Como en toda cocina que se precie hay una mezcla de ricos olores a verdura, guisos, carne y pescado, dentro de un gran trasiego de ir y venir entre fogones, ollas enormes, pucheros, carritos de bandejas, batidoras XL y utensilios de cocina. No en vano, desde este restaurante se sirven más de mil menús diarios a la red de centros asistenciales de Álava. Comidas y cenas para los mayores de las residencias, los centros ocupacionales de discapacitados, grupos que se alojan en el albergue de la catedral o colonias de chavales en verano. Personas que, por su tipología, requieren de unas dietas especiales que Rafael Amigo y Ángel Estévez se encargan diariamente de elaborar, junto al resto de sus compañeros. 

Ambos fueron reconocidos la pasada semana por la institución foral al ser de los trabajadores más veteranos de la entidad. Amigo tiene 61 años, de los cuales se ha pasado 41 cocinando. “Me gusta mucho mi trabajo”, asegura, antes de fardar que él no tiene ningún problema para guisar “de todo”. “Hago cualquier cosa que me pidan, aunque, si puedo elegir, prefiero cocinar pescado que es lo que más me gusta”. Rafael vive en un piso con su pareja y el trabajo le da la oportunidad de “tener dinero” y ser “independiente”. Aparte de este primordial aspecto en la vida de todos los individuos, destaca el “conocer personas” y el “trabajo con sus compañeros” como los otros puntos positivos que le ofrece su empleo. 

Amigo desprende “alegría” y felicidad, al igual que Ángel Estévez, quien sonriente y contento expresa que el trabajo le da “satisfacción”. Estévez tiene 58 años y lleva 32 laborando en los fogones. “Me manejo bien en la cocina. Aquí hacemos de todo y me gusta. Cocinamos, bandejamos los menús y limpiamos, aunque lo de fregar los cacharros me gusta menos”, señala siempre risueño. Ambos coinciden en que “lo más difícil” es mover las cazuelas grandes, ya que “pesan mucho”. No es lo único que comparten, puesto que aplican el refrán de en casa de herrero, cuchillo de palo; después de cocinar todo el día en el trabajo, no se aplican demasiado en casa. “Yo me bajo al bar a cenar”, reconoce Ángel, que vive solo y el empleo le ayuda a “pagar el alquiler”. 

Socializar

Pero lo que destacan por encima de todo es “el buen ambiente” que tienen entre los compañeros y la oportunidad de “socializar” mediante el trabajo. Un aspecto que también prioriza su responsable Alberto Benito, ya que si no tendrían más dificultades para relacionarse con gente. “Tenemos buena relación y nos juntamos fuera del trabajo, aunque, a veces, también nos enfadamos”, explica Amigo. Y es que la música que escuchan en la cocina motiva, de vez en cuando, algún pequeño conflicto. “Es que no me gusta el rock”, se excusa Amigo. Cuando los enfados son más importantes “hablamos todos sobre lo que ha pasado y vemos cómo solucionarlo”, expone Benito. “Realizan un trabajo muy bueno e importante, ya que la comida nos la evalúan cada día. Tenemos una exigencia diaria”, pondera. Además de la “autonomía personal” que les proporciona el trabajo, Benito destaca que “hay muchas personas en Álava con diversidad funcional que se valen por ellos mismos” gracias al empleo y sin necesidad de ser “dependientes” de nadie. “Trabajar con ellos es muy gratificante. Todo lo que les das, lo recibes de vuelta”, apunta.

Fidelidad

Además de “socializar”, todos los responsables de las diversas áreas de Indesa preponderan la “fidelidad” que tiene hacia su trabajo. Del olor a comida de la cocina de Betoño al aroma a algodón que impregna cada rincón de la lavandería de Jundiz desde donde cada día salen “10.000 kilos” de ropa limpia de hospitales, residencias y complejos industriales. Entre montañas de ropa doblada, cintas transportadoras, lavadoras industriales y perchas que circulan por railes con las batas de los sanitarios, dispuestas a su distribución por diferentes carros, se encuentra Luis Estéfano Corral. Su cometido es “alimentar a la maquina de plegado de toallas y sacos”. “La maquina las dobla y yo hago paquetes de diez toallas, las organizo en función de los colores y las coloco en la cinta, de donde van a su caja de destino”, cuenta. Luis tiene 59 años y lleva tres décadas trabajando en Indesa. “Me gusta mucho mi trabajo. Hay que estar ocupado para que la cabeza no se distraiga”, comenta. Eso no quita que la tarea sea “mucha y fuerte” y es que con la pandemia ha aumentado “un 60% la uniformidad” de los sanitarios que cambian sus uniformes todos los días. Para dar servicio a este considerable incremento de trabajo, 102 personas trabajan a tres turnos durante las 24 horas en la lavandería. 

Su responsable Fernando San Juan señala la lealtad que tienen hacia el trabajo. “Tuvimos que hablar con varios de ellos porque se presentaban a trabajar una hora antes y eso que entramos a las 6.15 de la mañana”. Luis se podría jubilar ya, pero no quiere. “En el trabajo estoy feliz”, reconoce. “El trabajo les abre un mundo de posibilidades. Es el único momento del día en el que tienen relaciones sociales. Luis lo ve más como una familia que como un trabajo, ya que aquí ha hecho muchos amigos”, razona San Juan. 

Luisito, como le llaman su compañeros, labora con la radio puesta en los oídos para “estar enterado de todas las noticias” y es tal su voluntad que acude cada día a su empleo, ya sea de noche o de día, en bicicleta desde su vivienda de Otazu. “Hago más de 20 kilómetros cada día y vengo bien equipado con abrigo, ropa de agua y luces para que me vean bien por los caminos de parcelaria y el bosque de Armentia”, dice una persona que no tiene la palabra pereza dentro de su vocabulario. Al contrario, Luis no para al salir de trabajar, puesto que ayuda a su ya mayor madre “en todo”, desde “limpiar la casa, lavar la ropa, hacer las compras o recordarle las pastillas que tiene que tomar”. Su perspectiva define muy bien su carácter. “Lo más difícil de mi trabajo son los sacos de psiquiatría al costar más de separar, pero de qué me voy a quejar. Yo no tengo que levantar sacos de 50 kilos al hombro como un albañil”, manifiesta jovial.

Adaptarse a sus capacidades

El área de lavandería cuenta con un 50% de personal con discapacidad psíquica y mental y otro 50% con discapacidad física. “Hay que adaptarse a sus necesidades. Los primeros requieren de trabajos más rutinarios y sistemáticos a los que se adaptan muy bien y sacan muy buenas productividades; mientras que los segundos necesitan de otras alternativas y buscan nuevos alicientes”, declara San Juan. Al igual que Luis, a María Jesús Orive “le ha costado mucho decidir su jubilación”. Va a cumplir 65 años en diciembre, tras 42 trabajando en el área industrial. Realiza “un trabajo de chinos” en el taller Anezka de la calle Puerto Rico en una plantilla de veinte trabajadores, más tres encargados, que se encargan de elaborar piezas para los sectores de la hostelería y automoción, así como clasificar y empaquetar tornillos. Laboran de 8.00 a 16.00 horas y María acude en taxi o le lleva su hermano a su puesto de trabajo, ya que desde la pandemia no puede ir con la Cruz Roja.

A pesar de que por edad le toca jubilarse, duda al respecto. “Todavía no sé si quiero. Dicen que voy a ir a un centro de día a hacer actividades, pero tengo que verlo”. Como toda futura pensionista se le abre un mundo de incertidumbre por delante. “Estaría bien que antes de jubilarse, les llevaran unos días al centro de día para que vieran cómo es”, propone su encargado, Rosendo López, como medida para facilitar su transición. Orive demuestra una gran psicomotricidad con las manos al colocar dos espumas en cada uno de los pequeños muelles que confecciona. También realiza biberones para el hogar y “cuenta y mete diferentes clases de tornillos” en sus correspondientes cajas. “Al principio me costó un poco, pero no es un trabajo difícil”, asegura. Preguntada si esta contenta, responde que “sí”, aunque “a veces hay que aguantar a algún compañero”. “Yo tengo muy bien la cabeza y otros no”, esgrime. “Bueno María, dentro de lo que tenemos cada uno, hay quien tiene más que otros”, le replica su encargado, con quien se percibe que mantiene una alta complicidad. En este apartado sí que se nota la diferencia de edad, ya que la mayoría de sus compañeros son más jóvenes y “están a otras cosas” conformes a su edad. 

Ejemplos de vida

Teresa García tiene 55 años y lleva más de treinta trabajando en el área de limpieza. Forma parte de una plantilla de trece trabajadores, más dos encargados, ocupados en el mantenimiento y la limpieza del polideportivo de San Andrés. García y Orive también fueron reconocidas por su extenso trabajo en la empresa. “Trabajamos a turnos de mañana y tarde y lo que más me gusta del trabajo es estar con mis compañeros”, expresa, nuevamente reflejando la importancia que tiene para ellos socializar. “Para mí lo más fácil es hacer los baños”, aunque eso no quita que “somos unos cochinos”. “La gente deja el baño muy sucio sin darse cuenta que otros lo tenemos que limpiar”, recrimina con razón a la sociedad. Por otra lado, “lo más costoso” es limpiar las butacas del graderío “una a una y por arriba, por debajo y por detrás”, expone.

Teresa vive con su madre y el trabajo le da autonomía monetaria, aunque, vivaz, reivindica que les den “más dinero y más vacaciones” por su empleo. Su encargada Puri Zamora subraya el “buen ambiente” que hay entre el equipo de trabajo. “Cada uno aporta en función de lo que puede. Se sienten útiles, tienen rutinas, se abren, conocen gente, son muy diligentes y pueden normalizar su vida”, resalta. “Es muy gratificante y su forma de ser un gran ejemplo de vida”.