Las fiestas populares en Euskal Herria no han concluido su ciclo, que se prolongará hasta el final del verano, pero la experiencia de las celebradas en las capitales ya permite reflexionar sobre las mejores y peores experiencias. Su carácter popular es sin duda el elemento más positivo. La ocupación de los espacios públicos por la ciudadanía es un ejercicio de normalidad y convivencia en el que las actitudes incívicas, aunque persistan, se convierten en excepción y exigen un reproche cada vez más concienciado. Con mayor o menor grado de participación, las agendas festivas responden a una variedad de ofertas que permiten integrar intereses y preferencias que se comparten en armonía de manera muy generalizada. Las fiestas en Euskal Herria se consolidan cada vez como espacios de libertad e igualdad aunque no están exentas de excesos y amenazas a la seguridad. Además de la delincuencia explícita que aprovecha las aglomeraciones, no es menor el papel de la constante presencia del alcohol. El exceso de desinhibición que provoca merece ya un giro en el paradigma de la diversión. Una intoxicación etílica o de otras sustancias que limitan el autocontrol, aunque penalmente atenuante, no puede ser admitida en una sociedad madura como justificación para comportamientos que se traducen demasiadas veces en agresiones, ataques a la libertad sexual o actitudes incívicas. La exaltación del alcohol como elemento social de disfrute –fomentado entre los colectivos y federaciones que organizan en paralelo otros actos culturales apreciables– deriva demasiadas veces en situaciones indeseadas. En otro sentido, la capitalización ideológica del marco festivo puede desnaturalizarlo hasta hacer de él otro espacio instrumental para el ejercicio de la política o la autoafirmación. El pulso reiterado este año entre sensibilidades divergentes de la izquierda vasca es fiel reflejo de ello. Igualmente, la reivindicación de derechos, que raya la exaltación de la figura, de los presos de ETA se convierte en prueba fehaciente de esa instrumentalización. Es natural que el espacio público sirva de lugar de visibilidad de reivindicaciones, pero el acaparamiento sistemático por parte de algunas de ellas puede acabar resultando excluyente. Reflexionar sobre las virtudes y defectos de estos modelos festivos no conlleva censura, pero sí encarar con sincera voluntad de convivencia el uso del espacio público. Compartirlo y no apropiarse de él.