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Editorial

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Estrategia de aniquilación

No le faltaban pruebas a la comunidad internacional de la voluntad del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y de su gobierno radical de expandir su control sobre los territorios en los que se hacina la población palestina. No han servido estas pruebas hasta la fecha para una respuesta contundente en forma de sanciones personales y colectivas al régimen israelí y a sus líderes, que siguen aplicando una estrategia de hechos consumados amparada por la indolencia general. Ahora, la ocupación de Gaza es el paso que requiere el plan del primer ministro para acelerar la limpieza étnica que ya practica por la vía de los bombardeos, los desplazamientos forzosos y la inanición. El escenario que dibuja en la franja se acerca al desalojo físico de las cerca de dos millones de personas –expulsadas previamente de sus hogares en el territorio que Israel amplió para sí en los sucesivos conflictos con sus vecinos árabes– que requería el enloquecido plan de Donald Trump de convertir el área en un resort de lujo. La ocupación de la ciudad de Gaza se presenta ahora como un objetivo contra natura en todos los aspectos. Para empezar, en el marco militar, ya que obligará, según la propia defensa israelí, a duplicar las fuerzas que ha implicado hasta la fecha en sus operaciones de castigo; a continuación, porque el coste humano no es para Netanyahu un factor a reducir, sino a incrementar. El genocidio en todas sus formas es una práctica sistemática a los ojos de todo el mundo. Netanyahu sabe que no va a ser objeto de una intervención militar auspiciada por Naciones Unidas, al estilo de las realizadas en el pasado en África, o de la OTAN contra Serbia por Kosovo. La justificación humanitaria no opera en este caso porque los intereses de quienes lideraron aquellas no incluyen el reconocimiento de los derechos de los palestinos; ni políticos ni humanos. La reacción internacional no es acorde a la brutalidad del Gobierno de Israel. Pero la credibilidad que nunca ha tenido la Administración Trump y que ha perdido Europa no van a frenar el homicidio sistemático que se viene practicando ni su acentuación que se avecina. Es más una incomodidad que una prioridad política en ninguna sociedad europea y, por tanto, tampoco de sus gobiernos, pese a los gestos anunciados. La renuncia ética favorece esta estrategia de aniquilación.