En la última semana se han confirmado dos nuevos asesinatos machistas en el Estado, lo que eleva a diez las mujeres que han resultado muertas este año a manos de hombres con los que compartían o habían compartido relación sentimental. La estadística debería resultar más insoportable de lo que socialmente trasciende. No es que no haya una reacción habitual de rechazo a la violencia ejercida contra las mujeres, sino que el reproche de las actitudes que alimentan el fenómeno da síntomas de fatiga. Si la sensación de que se ha asentado en otra generación la frivolización de la violencia es una advertencia de los profesionales de la sociología y el comportamiento, la exacerbación de esa violencia cuando se incorpora a la mezcla la motivación de género –y también de orientación sexual– no debe pasar desapercibida. Ayer mismo, el Ministerio de Igualdad revelaba que un 80% de las mujeres lesbianas o bisexuales habrían sido víctimas de alguna forma de violencia por esa circunstancia de su vida personal. Un indicativo que saca el fenómeno del vínculo emocional que tantas veces se convierte en excusa. Es preciso combatir la cultura de la desigualdad que subyace en la de los roles adjudicados por razón de género. El estereotipo ideológico que proyecta una función y un papel masculino o femenino se disfraza de normalidad natural pero contiene los estigmas de la uniformidad, por esa vía, del acoso a la diferencia; a la minoría de cualquier tipo. En el caso de las mujeres, el rol asignado por una ideología que se escuda en la tradición y la familia pero que oculta un concepto mucho más restrictivo de derechos y libertades en general, está rescatando en el imaginario colectivo una pretensión de sumisión. La mujer se presenta cosificada, sometida a criterios ajenos que la tutelan y que han hallado una preocupante afinidad en nuestros y nuestras jóvenes. Las encuestas hablan de adolescentes que han absorbido el discurso victimista de la masculinidad, que vuelven a ver como una merma la equiparación en derechos y capacidades con las mujeres. Es el modo en que se naturaliza el presunto derecho a defender un concepto de pleno desarrollo de la persona en masculino, con la fuerza donde no llega la razón. La atención y la denuncia de estas actitudes deben ser máximas. Hay mujeres muriendo.