La doctrina negacionista del cambio climático, que vienen marcando las corrientes políticas ultraliberal y de extrema derecha ha hallado acomodo en los liderazgos en países como Estados Unidos, Italia o Hungría, cuya actitud pone en cuestión los compromisos internacionales sobre protección ambiental, que es la protección de la vida en el planeta. En este marco llega el informe sobre el Estado del Clima Europeo (ESOTC) de 2024, que elaboran con la participación de un centenar de científicos el Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
El citado informe constata un aumento de la temperatura media europea el pasado año de 1,5 grados por encima del periodo de referencia de 1991-2020. El fenómeno se tradujo en manifestaciones atmosféricas extremas, como borrascas e inundaciones, un incremento notable del número de días con estrés térmico, que alcanzó al 60% de Europa con más días que la media con, al menos, “fuerte estrés térmico” por altas temperaturas, pérdidas de superficie glaciar sin precedente e incendios forestales que quemaron mas de 4.000 kilómetros cuadrados.
Los datos pueden ser interpretables, pero son incontestables frente a la diatriba negacionista que, sencillamente, hace una aproximación interesada. Interesada porque manipula el debate tratando de poner a la opinión pública ante la dicotomía falsa de que el crecimiento económico demanda un incremento de prácticas que generan emisiones de CO2 y de que prescindir de ese incremento se traduce en pobreza.
No hay una elección entre aire o empleo sino entre los intereses económicos de quienes sostienen su privilegio competitivo presente a costa de condenar la calidad de vida futura de todos. En ese sentido, es más realista hablar de un choque entre el interés particular y el general, siendo este último capaz de crear entornos de crecimiento compatibles con la protección ambiental. Es imprescindible ya poner pie en pared frente a las campañas de desinformación que pretenden establecer una opinión pública proclive a la satisfacción inmediata de niveles de bienestar y consumo por encima de lo razonable que, en realidad, tampoco se pueden universalizar por la limitación de recursos. Ha dejado de ser una actitud acientífica para ser irresponsable y espuria.