La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, apuntaba esta semana la posibilidad de una relajación de las reglas fiscales que actúan como garantía de estabilidad en los estados socios de la zona euro. La reflexión llega vinculada al objetivo de incrementar la capacidad de inversión en defensa, que tiene a su vez sus motivos e implicaciones. La defensa autónoma europea ha sido un anhelo desde los años 50 del siglo pasado –que llegó a articularse a través de una Comunidad Europea de Defensa–; nunca vio la luz por la unilateralidad de Francia y su apuesta por una defensa autónoma basada en su propia disuasión nuclear y solo se retomó con medidas testimoniales en el presente siglo. La percepción de amenaza estratégica que ha trasladado la invasión de Ucrania y la presión de la nueva administración estadounidense han puesto de nuevo de plena actualidad su conveniencia. La evidente dependencia europea de la disuasión estadounidense y de la OTAN es un problema que se hace palpable en el momento más inoportuno y con más dificultades para acometer su financiación. Relajar las reglas fiscales –resumidas en un límite de déficit del 3% y una deuda no superior al 60% del PIB– puede ser oportuna en cualquier caso y descontextualizada del momento, en tanto sus parámetros fueron fijados con el objetivo de lanzar y estabilizar el euro como divisa, en un entorno diferente. Pero la aproximación a la financiación de los retos europeos debería ser más global. Al incentivo a gastar en defensa deben unirse los que demanda la transición energética, por la necesaria protección ambiental y por la impostergable solución a la dependencia de hidrocarburos importados. Se añade la urgencia en la transformación digital y la revolución tecnológica que la acompaña, en la que la inteligencia artificial no es factor menor. Ese nuevo entorno de actividad tecnológica incide en la economía y la demandada reindustrialización del continente. Todo ello sin perder de vista el modelo de bienestar y respaldo social que es seña de identidad y de estabilidad en Europa. Las estrategias colaborativas han dado fruto en el pasado para afrontar crisis económicas y sanitarias globales. La mera ampliación de la capacidad de gasto individual por un menor rigor fiscal no dará para satisfacer todos los objetivos.
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