La soledad no deseada es un fenómeno que aflora en la percepción ciudadana en las sociedades modernas inducida por estilos de vida y factores de toda índole –demográficos, económicos, de salud, etc.–. Con variaciones porcentuales en los diferentes marcos territoriales –algunas significativas–, el Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada define mediante un barómetro tendencias que se reproducen y permiten extraer ideas claras. En primer lugar, una de cada cinco personas encuestadas en el Estado confiesa padecer en este momento soledad no deseada –una de cada siete en el caso de la Comunidad Autónoma del País Vasco– y una de cada ocho la lleva sufriendo al menos dos años. La tipología de esta soledad ofrece características que son una advertencia y rompen con algunos clichés. El primero de ellos es el de la edad. Pese a la percepción popular de que la soledad no deseada es una circunstancia sobrevenida más frecuentemente por razón de edad y que en ciclos temporales más jóvenes la soledad es una elección, los datos del barómetro destacan que el fenómeno afecta ya más a los jóvenes que a los más mayores. Es preciso detenerse a analizar si el paraguas de red social del que el modelo de socialización tradicional se ha beneficiado empieza a no llegar a una generación y un modelo de interrelación diferentes, tamizados por una tecnología que facilita una comunicación ágil y sencilla pero no necesariamente intensa. El género también afecta y son las mujeres las que sufren ligeramente por encima de los hombres la soledad no deseada. Aquí sí puede cruzarse el dato con el perfil demográfico, en tanto la esperanza de vida es superior en el género femenino. El resto de factores que se revelan son más previsibles: el origen –más dificultad de los foráneos para crear red de relaciones–, la salud –las limitaciones físicas inciden– y la condición económica –la carencia de recursos aísla de los usos sociales–. El panorama está descrito y llega el momento de afrontarlo, puesto que nueve de cada diez personas consideran que hablamos de un problema que requiere una respuesta de las administraciones públicas. Conviene fijar los ámbitos de esa intervención y los de la corresponsabilidad social en crear entornos de convivencia amables e integradores. No basta con combatir la soledad por ley.
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