No faltarán análisis sobre las razones de la victoria de Donald Trump. Un candidato procesado, y condenado, con actitud y mensajes en la periferia de la democracia y generador de desinformación que, no obstante, cala en una opinión pública sociológicamente transversal en género, nivel económico y etnia, con discursos de liderazgo, individualismo y un sentido del patriotismo entre lo religioso y lo utilitario. El calado de las implicaciones de este modelo debe ser objeto de análisis profundo desde la perspectiva política y sociológica y su afectación a nuestra realidad más cercana, en tanto es el paradigma de que el populismo está estructurado y dispone de herramientas de imagen y comunicación sobradas para ser atractivo. Pero no dejará de confirmar un diagnóstico consumado en forma de resultado electoral. Es más útil, desde una perspectiva de los valores y el modelo de convivencia que asociamos a las democracias, encarar lo que implica la futura presidencia de Trump. El horizonte de inestabilidad se va a acrecentar en los próximos meses y años si la administración estadounidense replica, incluso con mayor intensidad, los parámetros de su gestión conocida entre 2017 y 2020. Geopolíticamente, la victoria de Trump es una buena noticia para las estrategias belicistas de Rusia e Israel, que inciden directamente en el área de influencia de la Unión Europea (UE), debilitando su estabilidad y su posición global. Trump no ve a la UE como un socio y ya hizo lo posible por limitar la libre competencia económica. No se augura una relación más amable en el ámbito comercial ni en el de la seguridad. Desde la perspectiva europea, el nuevo escenario debería servir como acicate para hacer los deberes y profundizar en la cooperación continental que ya ha dado resultado en el marco de la UE: cooperación financiera, energética o de seguridad, entre otras. Sería un error importar a los gobiernos de los estados y las instituciones comunes el relato y la agenda que ha triunfado en Estados Unidos. Pero, igualmente, obviar y no elaborar fórmulas propias ante los problemas percibidos –empleo, seguridad, calidad de vida, vivienda, salud, inmigración, etc–. Porque el esquema de Trump no contiene soluciones contrastadas pero el populismo ya dispone de base en Europa para su estrategia de agitación y desencanto que contamina las urnas.
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