El Pleno de ayer en el Congreso volvió a retratar a la Cámara como un foro en el que priman la escenografía y la crispación sobre la utilidad de sus funciones deliberativas, del contraste de ideas y propuestas. La derecha española acudió al Congreso a agitar los titulares mediáticos que ha propiciado ella misma en lugar de encarar un intercambio intelectual realista de las materias –inmigración, fiscalidad– que correspondía debatir. Por encima de otras consideraciones, queda el amargo regusto de la enésima utilización del terrorismo de ETA, ahora para desgastar a Pedro Sánchez, y del injusto bucle en que las víctimas de la organización siguen inmersas. El daño causado por la banda es innegable; el derecho de sus víctimas a reclamar verdad, justicia y reparación, incuestionable. Pero, además de los propios victimarios y su enloquecida lógica –tan trasnochada que ya solo aflora en contadas actitudes fanáticas–, el modo en que la utilización política del dolor ata a las personas a la condición de víctimas no obra en su beneficio. No hay actitud ética en la escenificación que sistemáticamente se aplica a las víctimas con objetivos políticos. Tras la coartada emocional que se pretende suspendiendo de facto el desarrollo de la actividad legislativa para recibir con aplausos a la hermana de Miguel Ángel Blanco hay una apropiación, una patrimonialización de su dolor. Ésta puede ser o no consentida, contar o no con la complicidad de las personas utilizadas, pero es igualmente inmoral por parte de los partidos que la ejercen. El derecho que asiste a las víctimas de cualquier violencia es evidente. Derecho a sentirse arropadas y resarcidas. Pero no a condicionar el desarrollo de los principios democráticos; mucho menos a trabarlos u orientarlos hacia un interés de parte, ideológico, con el objetivo de la consecución del poder, que es lo que hay detrás del ruido generado en torno a la remisión que penas que pactó, encomendó y exige la condición de democracia en la UE. Liberar de ETA a sus víctimas pasa por permitirles la posibilidad de experimentar el resarcimiento y no atarlas a la permanente insatisfacción por no ver acogidas percepciones más allá de lo razonable. Aunque sea comprensible en lo emocional el tránsito de un duelo impuesto injustamente por una violencia ciega y reprobable. Todas lo son.
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