Hubo un tiempo en que los seres humanos buscábamos a nuestros héroes y heroínas en relatos que imbricaban a los imperfectos mortales y a los inalcanzables dioses del Olimpo. Quizá Aquiles y su elección entre la inmortalidad y la gloria eterna pero mortal sean una de las grandes referencias clásicas del héroe. Miles de años después, entre el imperio mainstream de Marvel y la dictadura líquida influencer, quizá estamos volviendo un poco loca a la brújula de lo referencial. En fin, vuelvo a ese Olimpo hogar de dioses y, por este camino, a los Juegos Olímpicos que ayer comenzaron en París. Podríamos debatir sobre la idea de héroe/heroína. Como defendía una profesora de Filosofía que tuve en su día, creo que también me inclino por pensar que los conceptos universales no existen. En lo que a mí respecta, no hay héroe o heroína sin imperfección, sin debilidad a la que sobreponerse, en la que caer para volver a levantarse. Y no hay heroína o héroe sin su némesis, sin ese rival enorme que engrandece sus hazañas. Y un poco de todo esto, de esa épica que de vez en cuando nos reconcilia aunque sea por un segundo con el ser humano, tiene la competición olímpica. En este mundo sombrío en que vivimos, hay que buscar la poesía.