El apuñalamiento mortal de un joven en una zona de ocio nocturno ocurrido este fin de semana no tiene que ver con el municipio de Euskalherria ni con la hora del incidente ni con el contexto del mismo. Tiene que ver, y mucho, con un creciente fenómeno de frivolización de la violencia en el que anida una subcultura alimentada muchas veces por un deteriorado concepto de identidad o una forma alterada de percibir la realidad del entorno social y el papel del individuo en el mismo. Son fenómenos que se extienden como la pólvora entre muchos menores en tanto carecen de los debidos recursos éticos, formativos, empáticos y de responsabilidad. La asunción de su lugar en la convivencia por parte de algunos menores –y es preciso tener mucho cuidado con la generalización por edad, pero también con la simplificación por origen– está distorsionada por experiencias diversas que en demasiadas ocasiones alimentan la percepción de que la sociedad es hostil y el modo de responder es la hostilidad. Que la fuerza, la violencia, es autoafirmadora e incluso parte de una masculinidad distorsionada. El inconcebible escenario de salir a disfrutar del ocio con un arma blanca anticipa una disposición a resolver el conflicto sin contención. El consumo de estereotipos mediáticos que alimentan el individualismo y el éxito por la vía de la violencia, cuando no de la delincuencia, facilitan que una percepción que se revela contra los estándares de convivencia, contra el respeto a la norma e incluso contra los derechos ajenos, se convierta en característica de un fenómeno tribal, entendido como contracultural y urbano. Simplificar el diagnóstico conlleva criminalizar a colectivos completos sin encarar las circunstancias concretas que rodean episodios de injustificable agresividad con consecuencias trágicas en demasiadas ocasiones. Cuando se prescribe la receta de fomentar la educación demasiadas veces se proyecta la responsabilidad hacia el ámbito público cuando la formación en valores de respeto y tolerancia se construye desde el entorno privado y familiar. Fuera de él está el marco de las normas legales para obligar a la convivencia pacífica, a la seguridad colectiva y la coerción de actitudes antisociales. Pero la prevención del fenómeno es previa y la mera represión no ha sido capaz de contenerlo hasta la fecha.