Cuando el año ha cumplido poco más que la cuarta parte de su extensión, los datos sobre violencia machista en el Estado dan motivos para disparar todas las alarmas. A la lacra conocida del abuso y el homicidio cometido contra mujeres se suma de un modo terroríficamente destacado el creciente recurso a la violencia vicaria. Si grave es que a nueve mujeres les hayan arrebatado este año la vida sus parejas o exparejas, indicativo del deterioro moral del fenómeno es el asesinato de siete niños en las mismas circunstancias. La ministra de Igualdad, Ana Redondo, incidió ayer sobre ese aspecto y reclamó medidas concretas a incorporar en el Pacto de Estado contra la Violencia de Género. La falta de concreción de esas medidas y un diagnóstico certero de las circunstancias que facilitan o dificultan hechos que todos reprobamos son aliados de la indefensión infantil. Por ejemplo, hay errores flagrantes en la gestión del equilibrio de los derechos de los progenitores que requieren una legislación que defina el proceder de los tribunales en situaciones de separación cuando media violencia machista y que, hasta la fecha no conlleva la pérdida del derecho de acceso a los menores. Es un automatismo erróneo priorizar el derecho de los padres sobre la seguridad de los hijos, como está sucediendo de manera recurrente en las decisiones judiciales. Para no caer tampoco en el automatismo contrario, que sería motivo de nuevos factores de tensión, es preciso definir normativamente las circunstancias en las que la seguridad debe imponerse a otros derechos. En ese sentido, estamos aún lejos de establecer bases de consenso político que permitan dotar al derecho de herramientas eficaces. Por supuesto que los discursos más extremos que practican el negacionismo o minimizan hasta la frivolidad el fenómeno machista son el primer obstáculo a batir. Pero, junto a los más explícitos, se abren paso otros mensajes que pretenden ser más equilibrados pero que, igualmente, colaboran en la construcción de un imaginario en el que la masculinidad está poco menos que acorralada y es objeto de desigualdad. La violencia vicaria no se solventa escoltando a los niños y a sus madres sino movilizando socialmente a la inmensa mayoría que no admite justificaciones. Empezando por el consenso político para crear legislación efectiva.
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