Con la política española instalada en un bucle de declaraciones y actuaciones vacías a la espera de la más que segura investidura fallida del candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, dentro de cuatro semanas, no es mal síntoma el relieve público que ha adquirido en las últimas horas la propuesta del lehendakari, Iñigo Urkullu, de afrontar una reinterpretación de la Constitución española de modo que se avance hacia la plurinacionalidad del Estado y la profundización del autogobierno de aquellas comunidades que lo demanden. Urkullu menciona de forma explícita, lógicamente, a la CAV y Navarra, amén de Catalunya y Galicia, pero sin cerrar la misma posibilidad a cualquier otro ente territorial. No es casualidad, de hecho, que en aras de lograr el objetivo que enuncia, el lehendakari abogue por un pacto entre los propios territorios. Y tampoco que se deje bien claro que la consecución de tal meta no requiera una ruptura de la Constitución del 78. Ni siquiera una reforma. Bastaría, como se indica en el artículo difundido en el diario El País, con una reinterpretación (hecha con buena voluntad y altura de miras) de lo que ya consta en el texto constitucional y que ha sido defendido por constitucionalistas fuera de sospecha, entre los que se cuenta Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, uno de los padres de la llamada Carta Magna, destacado militante, primero de Alianza Popular y luego del PP.

Llama la atención, en ese sentido, que portavoces significados de Génova, como el Coordinador general, Elías Bendodo o el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, no hayan cargado excesivamente las tintas en su crítica contra la propuesta. Han venido a decir que es interesante, aunque remarcando los “límites que no se van a superar”. La reacción es, en realidad, una excusatio non petita. Parece obvio que la necesidad imperiosa de los cinco votos jeltzales para convertir a Feijóo en presidente del Gobierno español está detrás de la tibia valoración. Solo es la enésima muestra de ceguera política de los populares porque, aunque coincida en el tiempo, el planteamiento del lehendakari no bebe del cortoplacismo. Es del todo ajeno a la negociación coyuntural de su partido con los dos aspirantes a liderar el gobierno español. Se trata de una proposición de más largo recorrido que mira al futuro.