En la semana de mayor atención medioambiental –con la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente el pasado lunes y el de los Océanos, ayer mismo– urge una reflexión colectiva que implica al ámbito institucional pero que exige mayor concienciación individual y colectiva. La actividad humana es ahora mismo un factor de deterioro constante del entorno, la biodiversidad y la calidad ambiental, lo que es reconocer que nuestra acción es un riesgo para nuestra propia integridad. A golpe de susto, en las últimas décadas se han reunido suficientes elementos de juicio como para que la opinión científica no se desatienda por intereses cortoplacistas, egoístas e irresponsables. Es preciso tomar conciencia del efecto global de nuestra actividad y asumir que la huella ambiental que generamos es insostenible y redundará en el deterioro de nuestra propia calidad de vida. Sucesivas miradas parciales a los problemas no deben ocultar el dibujo global más realista. No es la capa de ozono ni es el calentamiento global o la escasez de precipitaciones o los fenómenos extremos; no es la pérdida de biodiversidad ni la explotación masiva de recursos ni la contaminación que generamos. Es el denominador común de todo ello: la propia acción humana. El concepto de bienestar y consumo del que participamos las sociedades desarrolladas y aspiran a imitar todas es la causa de que, en un día como ayer, debamos pensar en que solo en el litoral vasco se acumulan 50.000 toneladas de residuos, en su mayoría plásticos, que acaban en la cadena atrófica y colaboran, en su medida, a los 8 mil millones de toneladas que se vierten a los océanos en todo el mundo. Los océanos, que albergan la mayor biodiversidad, que son fuente de la mitad del oxígeno que consumimos, que suministran el principal aporte de proteínas a mil millones de personas, que cubren el 70% de la superficie del planeta, sufren una presión por la actividad humana que ha puesto al 10% de las especies marinas al borde de la extinción y al 90% de las grandes especies sometidas a una grave merma de individuos. Los plásticos, emblema de consumo, son el principal enemigo a batir. La corresponsabilidad con su reducción, la economía circular y la educación en el respeto, las herramientas. Todo empieza con el sencillo paso de no arrojar envases al suelo.