Habrá segunda vuelta presidencial en Turquía al no superar ningún candidato la barrera del 50% de los votos en las elecciones del domingo. El mero hecho de que esto haya sucedido, añadido a la pérdida de 22 parlamentarios de la coalición que sustenta al presidente Recep Tayyip Erdogan, sugiere un desgaste en la estrategia de mano de hierro con la que el presidente ha mantenido su liderazgo en los últimos nueve años. Esa segunda vuelta difícilmente deparará una sorpresa de dimensión suficiente para cuestionar la continuidad del actual presidente, toda vez que el voto que le faltaría está en manos de quien fuera su socio en el pasado reciente hasta y líder ultraderechista y no es previsible que se vaya a decantar por el candidato de centro-izquierda, Kemal Kiliçdaroglu. Igualmente, el toque de atención del electorado es limitado en tanto la pérdida de escaños en la Cámara legislativa no impedirá que Erdogan disponga de mayoría absoluta, aunque sensiblemente más exigua que hasta la fecha. Con todo, la lectura que desde la relación de vecindad y aspiraciones de ingreso en la Unión Europea del Gobierno de Ankara no puede obviar el hecho de que la ciudadanía turca ha vuelto a acreditar su voluntad de consolidar los procesos democráticos en el país con una participación del 89% de las personas con derecho a voto. Una cifra que dice mucho del compromiso social pero que se ve sometida a su vez a la sordina de un proceso electoral correctísimo en lo técnico pero claramente viciado por la falta de igualdad de acceso a la libre actividad política para la oposición al presidente. La Turquía de Erdogan sigue coartando derechos, monopolizando la información pública y privada y condicionando con todo ello la confrontación de ideas y el acceso de la oposición a los medios para difundir sus mensajes. Todo ello llevó a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) a diferenciar ayer el mero ejercicio del sufragio con lo que calificó de prácticas que redundan en que “Turquía no cumple los principios básicos para celebrar elecciones democráticas”. Una reflexión dura y que obligará también a la Unión Europea a adoptar una actitud vigilante y no convivir sin más con un socio estratégico que, siéndolo, sigue sin homologarse para una mayor integración en la UE.