La conmemoración de los 25 años de la firma de los Acuerdos de Viernes Santo que sellaron la paz en Irlanda del Norte ha vuelto a visibilizar el exitoso modelo de resolución para un sangriento y enquistado conflicto histórico, gracias al impulso de una sociedad hastiada de violencia y con base en el liderazgo político y los principios del diálogo, la negociación y el acuerdo, sin olvidar los muchos riesgos y enemigos que aún enfrenta. La dificultad intrínseca de la búsqueda de una solución justa, democrática y duradera al largo conflicto armado norirlandés, caracterizado por un radical enfrentamiento entre dos comunidades que se daban la espalda en todos los ámbitos –identitarios, sociales, económicos e incluso religiosos–, y que se había cobrado la vida de más de 3.500 vidas durante cerca de treinta años de terrorismo, fue solventada gracias a la determinación de un grupo de políticos que, en cada uno de los bloques y pese a la dura oposición de sus propios correligionarios, fueron capaces de ponerse de acuerdo en unas bases mínimas que supusieran un marco de convivencia hacia un futuro en paz. El mejor aval para los Acuerdos de Viernes Santo es que, 25 años después, continúan vigentes pese a las extraordinarias dificultades y desafíos a los que se ha enfrentado y aún debe superar Irlanda del Norte. La siempre presente brecha social, las sucesivas crisis económicas, las múltiples escisiones (también paramilitares) y divisiones políticas internas y también con Londres y el Brexit, con el añadido de las negociaciones con la UE sobre la frontera norirlandesa que han hallado una reciente posible solución en el Marco de Windsor, a la espera aún de su visto bueno por parte de los unionistas, han reverdecido un caldo de cultivo de malestar y enfrentamiento. De hecho, una investigación independiente publicada hace cinco años cifraba en 158 las víctimas mortales por actividades paramilitares tras los acuerdos de 1998 y el Gobierno británico elevó en marzo a “grave” el nivel de alerta antiterrorista. Pese a ello, no puede haber marcha atrás en el proceso de paz. De ahí la importancia de reivindicar los acuerdos alcanzados entonces como un hito para la resolución del conflicto que ha permitido una larga etapa de paz, convivencia y prosperidad pese a lo frágil de la situación.