l 42º aniversario de la celebración del referéndum en el que el pueblo vasco respaldó de manera abrumadora el Estatuto de Gernika volvió a escenificar ayer la distinta concepción que tienen los partidos políticos y sus líderes del texto estatutario y su realidad a día de hoy, así como la ignorancia -poco sorprendente, por desgracia- de algunas formaciones tanto sobre la historia y las bases que cimientan el autogobierno como la propia letra de la norma básica que ha sustentado la convivencia entre los vascos durante más de cuatro décadas. Curiosamente, partidos y movimientos políticos como EH Bildu y el PP que hace 42 años rechazaron el Estatuto de Gernika y llamaron al boicot o a votar no en la consulta popular por distintos y contradictorios motivos e instrumentos -no se debe olvidar que ETA lo combatió con las armas y el terror- quisieron presentarse ayer como sus verdaderos valedores y defensores de sus innegables avances y potencialidades. Los gruesos reproches, principalmente al PNV, que pudieron escucharse ayer de boca de Maddalen Iriarte y Carlos Iturgaiz ponen en evidencia los motivos que mueven a sus formaciones a la hora de valorar el Estatuto y su significado. Sobre todo, porque vuelcan en ellos sus propias obsesiones de manera acrítica y sin más alternativa que el todo o nada de EH Bildu, o la involución recentralizadora de un PP en el que su líder, Pablo Casado, ha prometido públicamente arrebatar a la CAV la competencia de Prisiones. El gran valor del Estatuto de Gernika -y que aún atesora- es la del doble pacto, plural entre vascos y de Euskadi con el Estado, además de la fijación de su sustrato en los derechos históricos sin renuncia a otros derechos que le pudieran corresponder y a su actualización, así como el sólido marco competencial que establece. La constatación mayoritaria es que los sucesivos gobiernos del Estado español han incumplido el Estatuto de modo que 42 años después quedan aún 27 competencias pendientes en un proceso en el que cada transferencia ha tenido que ser poco menos que arrancada. Tras, pese a los obstáculos, cuatro décadas fructíferas, la sociedad vasca del siglo XXI necesita para su desarrollo y bienestar de un nuevo estatus de mayor autogobierno, basado -también- en el consenso dentro de la pluralidad de Euskadi y en un pacto con el Estado que garantice una relación de bilateralidad real y efectiva.
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