a inminente efeméride al cumplirse una década sin la amenaza de ETA está siendo un marco propicio a la reflexión. EH Bildu, en su conjunto, y Sortu, en particular, se han sentido en la obligación de hacer pública una declaración que se arropa del marco de la Conferencia de Paz de 2011 y para ello acudieron a visibilizarse en el Palacio de Aiete. Pero, al margen de la capitalización que cada cual quiera hacer de aquella iniciativa, el mensaje emitido por Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodriguez tiene innegables factores positivos que es preciso constatar, aunque produzca un punto de decepción difícilmente soslayable. Hay en la declaración presentada ayer una voluntad indisimulada de hacer de las víctimas de la violencia de ETA el eje de esa toma de posición. Es un camino que la izquierda independentista comenzó a transitar en los propios estatutos fundacionales de Sortu, consciente de que el silencio había dejado de ser suficiente y se requería una posición clara de distanciamiento de la violencia. En ese sentido, hay que ponderar y aplaudir todo intento sincero de reconocimiento del daño padecido por causa del uso del terrorismo como herramienta para la consecución de objetivos políticos. Esa fue la esencia del lema bietan jarrai que unía en la estrategia la acción violenta y la política: ETA y las sucesivas organizaciones políticas que acabaron disueltas por la justicia española. La continuidad de esa formulación política en Sortu la lleva a gala el propio partido, lo que abre la puerta a la debida asunción de responsabilidad derivada mediante un posicionamiento ético democrático. Cuando Arnaldo Otegi admite el retraso en la transición del llamado MLNV hacia las vías exclusivamente democráticas -“debíamos haber logrado llegar antes a Aiete”- está poniendo el foco en la dirección correcta. Precisamente por ese paso dado se echa de menos una contundencia y claridad que está aún un escalón por delante de la posición de EH Bildu. No es un problema de semántica que el daño causado se pueda lamentar pero no se identifique nítidamente como injusto o que el dolor sea reconocible pero no condenable. Diez años después, la sincera transición podría haberse concluido mediante un ejercicio menos dado al cálculo electoral y más a la aportación de mecanismos de convivencia. El mensaje es el correcto, pero debe ser mucho más que solo correcto.
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