a cifra de 52 fallecimientos en la CAPV, la más alta en un solo día desde que comenzó la transmisión del coronavirus entre nosotros -que ya se ha cobrado 638 vidas- no admite el más mínimo matiz al drama. Ni siquiera en la consciencia de que dicha cifra es más secuela de una realidad todavía muy reciente que reflejo estricto de la de ahora mismo, cuando los positivos son un 25% de los 1.698 tests realizados y no el 51% del pasado 25 de marzo, cuando las personas recuperadas o dadas de alta son 4.151, ya casi la mitad de los 9.452 contagios, cuando los 1.559 hospitalizados son 166 menos que el día anterior y otras seis han abandonado la UCI. Mucho menos porque tanta cifra diaria deshumaniza en la frialdad del dato los trágicos efectos de la pandemia que sacude el mundo. No será, por desgracia, tampoco la última cifra de víctimas del coronavirus y por tanto es, en toda su dramática dimensión, una invitación a la prudencia. Porque hoy, veintisiete días de aislamiento social después, se precisa mucha cautela, juicio, aunque sea preciso ofrecer un horizonte de esperanza que ayude a digerir lo que todavía resta, como seguramente pretendió la portavoz del Gobierno Sánchez, María Jesús Montero, al indicar que a partir del 26 de abril, todavía dentro de dos semanas y media, “los ciudadanos podrán ir recuperando su vida normal, recuperando la ocupación de las calles, de las plazas, de manera muy controlada”. No vaya a ser que en la que ya se empieza a comprobar como regresión de la pandemia se generen malentendidos y controversias -tan fáciles de originar, incluso sin desearlo, como difíciles de revertir- respecto al alcance de las normas que la ciudadanía, dentro de la responsabilidad que ha demostrado, debe seguir cumpliendo. No vaya a ser que la pretensión de contener, de dirigir, la opinión pública (también la publicada), que tantas veces produce discordancias, incoherencias incluso, acabe siendo contraproducente al crear la incertidumbre en una sociedad ávida ya de evidencias. Se ha podido comprobar con anuncios sobre el uso de las mascarillas, sobre la adquisición primero y realización después de test rápidos o sobre el confinamiento de asintomáticos. Es ahora que las perspectivas frente al coronavirus empiezan a cambiar cuando se exige más moderación y sensatez, también más certidumbre.
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