El uso de esta frase por Joseph McCormack como introducción a su último libro, Noise (Ruido), resulta todo un acierto para provocar la alineación y debate sobre el contexto en el que nos movemos, su llamada nueva sociedad infobesity, caracterizada por un sobrepeso innecesario, enfermizo y de alto riesgo ante una desmesurada exposición a la información o desinformación a la que nos vemos sometidos en esta locura tecnológica que nos invade.
Ante cualquier acontecimiento, accedemos por lo general con mayor velocidad y antelación a la desinformación o fake news a través de las redes sociales (por lo general anónimas y carentes de contraste) o más informales mientras asumimos una actitud de incredulidad y desconfianza hacia mecanismos formales de comunicación, instituciones o canales acreditados. La tendencia mayoritaria pasa por otorgar la confianza al origen desconocido, no cualificado, que asumimos experto ante todo y guía nuestro comportamiento y decisiones, desde la inmediatez del infinito ruido que no sabemos o podemos gestionar.
Así, el precandidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders (liderando las encuestas), en su discurso ganador del último encuentro en el Estado de Nevada, aseguraba ser “el legítimo ganador que desean los estadounidenses” y que “solamente Rusia y sus servicios secretos podrían impedirle llegar a la Casa Blanca”. La aceptación viral de esta declaración da por buena la cita y, al parecer, nadie se pregunta si liderar las encuestas y ganar un puñado de delegados en Nevada es suficiente aval para ganar unas elecciones ni si Rusia tiene algo que ver, de verdad, con el resultado electoral estadounidense o si Rusia prefiere un presidente “capitalista” de confrontación (Trump) en la Casa Blanca al autocalificado “socialista” Sanders. Esta pequeña anécdota sirve para ilustrar la complejidad añadida a un contexto de transformación como el que vivimos a lo largo del mundo, más que nunca necesitado de ideas y mensajes claros, honestos y veraces que lejos de desinformar o generar confusión e incertidumbre deberían facilitar el liderazgo y comunicación acertados.
Estos días coinciden un par de iniciativas, de distintas fuentes y con intereses diversos pero convergentes en la preocupación por la comunicación y liderazgo en diferentes ámbitos. Por un lado, la promoción de un Seminario Ejecutivo en IESE (Instituto de Estudios Superiores de la Empresa) sobre Estrategia, presencia pública y activismo del Consejero Delegado de las empresas y, por otro, el Seminario The Economist: Meet the new boss (Encuentre el nuevo jefe), abordando su espacio editorial. En ambos casos se destaca la necesidad de contar con líderes empresariales versados en los grandes problemas sociales y de largo plazo y no solamente en los productos y servicios que ofrecen sus empresas. Líderes máximos en sus organizaciones, a quienes ha de exigirse compromiso público con un propósito relevante y compartido, generador de impacto social.
En una sociedad que reclama, cada vez más, nuevos roles y compromisos sociales para la nueva empresa en transformación, la exigencia general llega (o debería llegar) a todo tipo de organizaciones, a la propia sociedad civil y a todo liderazgo responsable. Así, en esta línea, pero en un contexto amplio y global, nos encontramos a diario todo tipo de señales en torno a un mundo cada vez más disruptivo que anuncia un nuevo orden mundial cuestionando las organizaciones internacionales, los esquemas de cooperación (más occidentales que otra cosa), la irrupción futura de nuevos jugadores emergentes y la inevitabilidad de un creciente multilateralismo coopetitivo que habrá de alumbrar nuevos espacios de relación y de gobernanza y que, sin lugar a dudas, reclama nuevos liderazgos; y por tanto nuevos perfiles dirigentes, nuevos canales y mensajes de comunicación, nuevos mecanismos de control de la veracidad y objetividad. Pero a la vez debería ser más exigente tanto con las líneas editoriales de los medios de comunicación y sus comunicadores, como de lo publicado en todo tipo de redes sociales, en principio autónomas y libres. Shaping multiconceptual World (Modelando un mundo multiconceptual) es un informe de reciente publicación por el World Economic Forum que tiene el enorme interés y acierto de contar con la participación de prestigiosos think-tanks y expertos internacionales, diversos en origen, cultura y presencia regionalizada, que se han enfrentado a una nueva concepción del contexto geopolítico, al desacople entre China y Estados Unidos, a la disrupción en el orden internacional, al impacto ni entendido ni resuelto entre identidad, cultura y evolución observable en el marco de las dinámicas de la digitalización, al futuro del empleo, al comercio internacional y a la nueva economía por reinventar.
En esta complejísima interdependencia, resulta imprescindible restaurar la confianza necesaria no solo entre los diferentes agentes políticos, institucionales, económicos y sociales, sino, en especial, entre los ciudadanos y sus representantes y dirigentes. Y sobre todo, aprender a desprendernos de la “obesidad informativa” para desproveerla del ruido pernicioso (y/o malintencionado) y concentrarnos en la realidad dinamizadora de las transformaciones necesarias. Solamente así se generarán las imprescindibles coaliciones de intereses para resolver problemas reales. Son momentos en los que necesitamos la confianza y veracidad, la sinceridad y honestidad, necesarios para construir espacios de encuentro y no discursos falsos que ocultan objetivos particulares, generadores de confrontación.
Así seríamos capaces de abordar con racionalidad y no con ventajismo impuesto asuntos de tanta trascendencia como el aparente conflicto comercial EEUU-China en su posicionamiento por el mundo de la tecnología 5G, que para muchos se limita a una opción tecnológica o de mercado, para otros en el inevitable dominio de un gigante, para determinados gobiernos en una injerencia en su soberanía y para los más son anécdotas o locuras de un personaje. Estados Unidos amaneaza a la UE, Reino Unido y a todos sus aliados con no compartir información de seguridad, inteligencia de Estado, etc. si se compra tecnología asiática; y se construyen relatos amañados de inculpación sobre prácticas empresariales confiando en que la fuerza del bombardeo mediático llevará a la gente a terminar creyendo que hay un defensor bueno contra un peligroso invasor de nuestra cultura, nuestro dominio histórico y nuestros espacios de libertad. De una u otra forma, nos instalamos en posiciones de incredulidad y cualquier relato repetido nos parece auténtico, en función de nuestra simpatía o ideología, sin la necesaria reflexión y validación. El corto plazo puede ofrecer resultados ganadores para alguna de las partes, pero el largo plazo no hace sino provocar grandes brechas insoldables. Si contemplamos la manipulación de la información, o fomentamos su monopolio, o somos incapaces de gestionar más tecnologías y plataformas de la información en beneficio real de la sociedad, ahondaremos una batalla de consecuencias imprevisibles. Hoy serán la excusa para ganar unas elecciones o para destruir una empresa o para ganar el tiempo perdido en el dominio de una tecnología concreta o generar una epidemia? Mañana, habremos creado verdaderas armas de destrucción masiva, incontrolables y en perjuicio de todos.
Hace ya muchos años aprendimos que una pequeña señal en un pequeño lugar apartado, con el tiempo, termina generando una megatendencia. Lo relevante no es ni predecirlo con acierto ni evitarlo. Lo inteligente es medir su impacto, mitigar sus efectos negativos y focalizarnos en las soluciones desde la óptica del beneficio compartido.
En nuestras manos está limitar el ruido, controlar los mensajes y a los emisores y concentrar nuestros esfuerzos en soluciones y liderazgos creíbles. Hay por delante un enorme desafío repleto de transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales y tecnológicas; un nuevo orden mundial está por construir. Nuevas gobernanzas (locales y mundiales) sustituirán a las conocidas y viviremos un mundo abierto a la vez que expuesto. En 2030, 7,5 billones de personas estaremos utilizando Internet, conectados por 500 billones de dispositivos por los que circularán 4,500 exabytes de forma simultánea, impulsados de una u otra forma por 20 millones de robots (BOFAML Global Research). Las bondades que esta maravillosa sociedad de la información y digital nos ofrece necesitarán de matices, control, gestión, evaluación, más allá de su recepción, pasiva o deseada. Y, entonces, como hoy (más aún, si cabe), han de estar al servicio de las personas y hemos de ser, precisamente nosotros, quienes interpretemos su uso y demos la correcta aplicación al servicio de las necesidades sociales y soporte de las grandes transformaciones que habremos de promover. Y esto requiere credibilidad e interacción en los interlocutores en quienes hayamos delegado nuestra representación democrática. Empecemos por restaurar la confianza y aprender a discernir la realidad. Asumamos nuestra responsabilidad y hagamos el esfuerzo por no caer en la distracción masiva.