cada vez tengo más claro que el mundo es demasiado complejo y las acciones y políticas tienen demasiados matices y consecuencias contextuales imprevistas como para apoyar sin remisión un dogma ideológico determinado. En este sentido, la realidad actual es buena prueba de que aplicar una iniciativa determinada puede tener consecuencias a menudo contraproducentes.

El populismo se caracteriza por tratar de dar respuestas y soluciones simples a problemas complejos, y tenemos varios ejemplos de cómo las soluciones de barra de bar terminan generando mayores problemas que los pretendían resolver. A modo de ejemplo, no hay más que analizar las políticas propuestas por personajes como Donald Trump o Nigel Farage, o los cantos de sirena que muchos programas económicos de partidos políticos proponen sin ruborizarse. Me van a disculpar, pero a uno le viene aquella frase de “Menudo nivel, Maribel”.

Resulta que el iluminado del otro lado del charco, bajo una trasnochada lógica de “hacer América grande otra vez”, comienza una absurda carrera de intentar dominar el panorama comercial internacional a golpe de aranceles y cargándose/tensando acuerdos comerciales internacionales a las bravas (Transpacífico, Nafta, etc.).

Lo que comienza con una guerra EEUU/China atacando al gigante Huawei y fiscalizando las importaciones de acero del país de Oriente, Trump la hace extensiva a Europa después de, entre otras razones, un arrebato (no falto de razón) al ver que Airbus, financiada por fondos públicos, le hace la puñeta a Boeing en suelo estadounidense en una guerra en la que, una vez más, los contribuyentes terminan pagando tres veces: 1. las subvenciones, 2. las consecuencias de los aranceles, y 3. la solución de las guerras comerciales.

Total, que más allá de las peleas por los pájaros de hierro, se monta una barricada arancelaria a las exportaciones europeas por valor de unos 7.500 millones, afectando a una larga lista de productos de todo tipo y pelaje que afectan a casi todo dios en el viejo continente. Maquinaria, productos agrícolas, café, lácteos, licores, carnes procesadas, lana, y otro montón de productos se cargan con aranceles al 25% afectando a todo tipo de mercados. En el ámbito industrial, atentos a las implicaciones para los sectores de automoción y aeronáutica, unos de los principales bastiones de la industria exportadora europea.

Lo paradójico de la guerra comercial de Trump es que, al final, a quien está dañando es al consumidor medio estadounidense. A este respecto, una cosa es quién asume el peso de un arancel, y otra pensar que las consecuencias de ese arancel únicamente se circunscriben a quien pretende vender. Vistas las acciones, no puedo más que decir que detrás de un irresponsable patriotismo económico, todo parece indicar que lo que hay es un desconocimiento absoluto de las consecuencias que estas iniciativas pueden derivar. Lo demás, es que no me lo explico.

En cuanto a su guerra con China, no había que ser Nobel de Economía para pensar que los orientales no se iban a quedar de brazos cruzados. A todo ataque arancelario, China responde devaluando prácticamente en proporción su moneda frente al dólar y dejando el efecto del arancel en papel mojado.

Por no hablar de que los aranceles pueden afectar a unos cuantos productos, pero la depreciación de la divisa afecta a la totalidad de los productos importados de dicho país, y el pato lo acaba pagando el consumidor. Por lo demás, empezar en una guerra arancelaria contra un país que tiene un excedente comercial con respecto a ti de 31.000 millones de euros, y a sabiendas que lleva décadas jugando artificialmente con su moneda? Es posible que quizás el corto sea yo, pero es que no me lo explico.

Evidentemente, esto también está perjudicando a China en tanto en cuanto está acrecentando el riesgo de recesión, así como provocando la deslocalización de fabricantes chinos a otros países asiáticos y a África. Curiosamente, Tailandia está ofreciendo una rebaja fiscal del 50% a los fabricantes chinos que se ubiquen en su territorio.

Total, que los aranceles no solo dañan a las empresas que pretenden vender en EEUU, también tienen un efecto directo de las importaciones sobre el bolsillo de los consumidores estadounidenses. Un reciente artículo del New York Times estimaba que el dinero de más que la rebaja fiscal de Trump puso en los bolsillos de la clase media estadounidense no solo se había evaporado por el mayor coste de los productos derivados de los aranceles, sino que habían reducido su capacidad adquisitiva, echando por tierra su principal argumento de campaña de trabajar por una economía fuerte.

En cuanto al brexit, pues todo parece indicar que terminará siendo una tremenda metida de pata socioeconómica. Según Gertjan Vliegue (Banco de Inglaterra), el voto de abandonar la UE del Reino Unido del año 2016 ha costado alrededor de un billón de dólares a la semana, y según Loyds, las islas están sufriendo las mayores reducciones de inversión de la última década, por no hablar del desplome de la divisa británica, o de que otras ciudades están ávidas de ocupar el momento de debilidad de la City Londinense como centro financiero.

Si como todo indica se produce un brexit duro, Europa aplicará aranceles a las exportaciones de dicho país, y respecto a España, se estima que podrían afectar a un 20% de los productos que se exportan a dicho país con un valor aproximado de 18.000 millones. En este sentido, Goldman Sachs estimó recientemente una reducción del 1% del PIB español si finalmente se produce un divorcio hostil.

Las economías globales están tan imbricadas unas con otras que resulta ineficiente y dañino dedicarse a tratar de penalizar importaciones. Trump o Farage son dos ejemplos de cómo envolverse en una bandera y empezar a repartir golpes a través de realidad vendida y promocionada de manera simplista y dicotómica puede contribuir de forma inequívoca a una recesión global, cuando no a una crisis.

La pasada semana Kristalina Georgieva, en su primera comparecencia como directora del FMI alertó de que el frenazo económico derivado de las guerras comerciales “amenazan a una generación entera”. La historia nos enseña que la globalización solo parece buena a los países siempre y cuando sus resultados beneficien a los mismos. En este caso, ciertas políticas no solo están perjudicando al resto por buscar un aparente beneficio para quien las aplica, sino que también está haciendo que se echen piedras a su propio tejado. Menudo mundo de locos.