“si tenemos que rebajar las previsiones de crecimiento económico, se rebajarán”. Pongamos la promesa de Pedro Sánchez en su sitio. Si a estas alturas del año, marcado por inequívocos signos de desaceleración económica y riesgo de recesión, las palabras del presidente en funciones sólo se centran, “sin autocomplacencia y sin alarmismos”, en no engañarnos con su diagnóstico, mientras las marchas de los pensionistas están a tan sólo ocho días de llegar a Madrid, el mismo plazo de tiempo que tiene el Gobierno español para enviar a Bruselas el Plan Presupuestario para 2020. Si esto es así, y así parece, es que tenemos una contrariedad tan grave como trascendental porque el devaneo dialéctico del candidato evidencia estar más preocupado en seguir instalado en La Moncloa que en solucionar los problemas. Es una irresponsabilidad.

Decir la verdad no es una actitud meritoria. Ser transparente sin autocomplacencia ni alarmismo tampoco es digno de alabanza para quien tiene la responsabilidad de gobierno, sino una obligación en todo momento y lugar, máxime cuando estamos en medio de esas turbulencias sociales y comerciales que se vislumbran. Por el contrario, cuando se dice que “tenemos fundamentos sólidos”, es un claro signo de autocomplacencia, porque se desconocen de qué fundamentos habla y porque acompaña sus palabras con argumentos como que “es una desaceleración propia de la maduración del ciclo económico, propia de las vicisitudes que vive la economía internacional”, como si España no sufriera un alto déficit público, agravado por su condición de estructural, así como una de las mayores tasas de desempleo en Europa.

Y, como quiera que Sánchez está en clave electoral, cae en el alarmismo cuando promete “dar una respuesta progresista a una sociedad que en los últimos años ha visto cómo se ha repartido de manera injusta”, cuando a lo largo de los últimos meses han brillado por su ausencia las reformas prometidas en la moción de censura, como la laboral, o las medidas paliativas y preventivas para hacer frente a los problemas internos, como la desaceleración del consumo privado o la inversión empresarial. Por no hablar de la reducción del paro, que “ha sido insignificante desde mayo”, según el último informe del Banco de España, donde se agrega que “las exportaciones han perdido vigor y las manufacturas muestran signos de evidente debilidad”.

Entre frase y frase, sin autocomplacencia ni alarmismo, el presidente en funciones no tiene palabras de reconocimiento al esfuerzo de los pensionistas que, paso a paso, se acercan a Madrid para denunciar la incertidumbre en la que viven y reivindicar que se actualicen las pensiones según el IPC. En todo caso, da una larga cambiada para no profundizar en el tema y recuerda que “el Gobierno ha subido las pensiones por encima del coste de la vida”, como si la subida de pensiones de 2018 y 2019 fuera una obra suya, cuando fue asumida por el PP a instancia del PNV para aprobar los Presupuestos de 2018 que el PSOE rechazó y él ha tenido que ejecutar y prorrogar este año ante la falta de acuerdo parlamentario.

Vamos terminando para no cansar más a nuestros lectores. La entrevista con el presidente del Gobierno es funciones, publicada en un medio digital, proyecta una triste imagen del protagonista. En otros países de la zona euro ya se están tomando medidas. Aquí, sin embargo, hay que conformarse con que nada ni nadie le quite el sueño a Pedro Sánchez. En cinco semanas conoceremos los resultados de las elecciones repetidas, pero con estos gobernantes pasarán varios años antes de que la economía española encuentre el rumbo de la modernidad, solidaridad y equidad si, como se teme, la desaceleración desemboca en recesión.