“La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país”.
Un vistazo rápido al escenario económico europeo deja sobre la mesa vocablos impactantes y preocupantes como desaceleración, incertidumbre e inestabilidad. Es decir, los peores síntomas para afrontar una crisis como la que los expertos auguran y muchos políticos manipulan, siguiendo, con conocimiento o sin él, las palabras que encabezan este artículo y que plasmó, en 1928, el inventor del consumo emocional y el bipartidismo: Edward Bernays en Propaganda, donde aplicó a la publicidad el conocimiento del inconsciente humano de su tío, Sigmund Freud, para fabricar falsas necesidades en el consumidor mediante emociones.
Pronto, muy pronto, los políticos utilizaron semejante estrategia para sus objetivos partidistas o dictatoriales, como Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, quien utilizaba las obras de Bernays como libros de cabecera, razón por la que este último reconoció que se distanció del término propaganda, pasando a utilizar el de relaciones públicas pero con similares objetivos comerciales. También hoy, en La Moncloa, se aplica y manipula esta estrategia para fabricar falsas expectativas electorales a través del partidismo emocional, cuando lo importante es cómo hacer frente a la crisis que llega y se escurre entre las goteras que la anterior crisis ha dejado en el tejado de la economía española.
La triste realidad es que los grandes partidos están en el Gobierno o en la oposición. El primero está en funciones pero no funciona. El segundo piensa más en reconquistar el poder sin haber recuperado el bienestar de la sociedad. Ambos manipulan el mecanismo emocional y se alejan de cualquier diagnóstico consensuado que facilite un proyecto compartido para amortiguar la dureza de una nueva crisis y hábitos viejos. El proceso es muy simple y, pese a que se ha repetido hasta la saciedad, hay que insistir. En una sociedad de libre mercado, sin creación de empleo digno no hay poder adquisitivo, sin éste no hay consumo ni crecimiento económico como para que los empresarios sigan invirtiendo y creando más empleo y consumo. Claro que para poder acceder a ese círculo virtuoso se precisa estabilidad. Aún en tiempo de incertidumbre y desaceleración, cuando se deja consumir lo que no es necesario, la inversión puede estar presente, siempre y cuando se perciba la responsabilidad de los políticos para crear un clima de estabilidad que no arriesgue nuevos proyectos empresariales y tecnológicos. Aquí es apropiado poner en valor las palabras de Urkullu y las decisiones de los consejeros del Gobierno Vasco. Bien entendido que ni uno ni otros están en posesión de la verdad absoluta y pueden cometer errores.
La realidad es complicada, pero el lehendakari no contribuye a crear confusión cuando pone a Euskadi en un estado de alerta máxima ante el devenir de una situación que en los próximos meses puede verse acentuada por el desconocimiento de las consecuencias de una posible crisis económica, cuyos problemas, argumenta, pueden quedar amortiguados, que no solventados, gracias a la estabilidad políticas y la solvencia económica y financiera.
Ahora bien, una cosa es lo que se dice y otra lo que se puede hacer. Los presupuestos son la principal herramienta de un gobierno y el ambiente es claramente electoralista en el corto plazo (10 de noviembre) y en el medio, con cita con las urnas para elegir el próximo Parlamento. Es decir, el trámite parlamentario para aprobar las cuentas públicas vascas de 2020 será un camino difícil (siempre lo es), pero con obstáculos insalvables porque la oposición no pone el foco en el bienestar de la sociedad sino en ese partidismo emocional. Nos esperan aguas turbulentas por la crisis y riesgo de inundaciones por la inestabilidad política.