Se puede decir, sin caer en triunfalismos gratuitos, que el sector financiero vasco goza de una delicada salud de hierro dentro del anémico, agitado e incierto escenario europeo, cuyo pulso económico, a día de hoy, sigue siendo débil y pone en duda su recuperación en el corto plazo. Anémico, porque los estímulos del BCE no han borrado los síntomas de desaceleración económica y, en el mejor de los casos, mantienen bajos los tipos de interés reduciendo el margen comercial de las entidades. Agitado, porque las tensiones geopolíticas sólo contribuyen a crear más problemas y temores. E incierto, porque se ha intensificado el nuevo marco regulatorio, la gestión del riesgo, la innovación y la digitalización proyectando la necesidad de grandes cambios en el procedimiento estratégico de los bancos.
Tanto es así que se puede decir que el sector financiero está en crisis. Un vocablo cuya etimología real nos remite a la idea del cambio. Pues bien, se mire por donde se mire, el proceso de transformación no ha concluido. Todo lo contrario. Asistimos a una suerte de momento crucial o punto de inflexión en la sociedad, hasta el punto de hacer válidas las palabras pronunciadas en Sudáfrica en 1960 por el que fuera primer ministro británico, Harold McMillan: “El proceso del cambio, nos guste o no, es un hecho. Debemos aceptarlo como tal y actuar en consecuencia”. En efecto, el mundo siempre ha estado en movimiento y debemos aceptar que nada es como solía ser al comienzo de este siglo.
En estos últimos años, la tendencia al cambio en el sector financiero es el resultado de factores tan diversos como el entorno global, el marco regulatorio, la gestión del riesgo, el cambio demográfico, el comportamiento del consumidor y la innovación tecnológica. Enn este contexto, variable y exigente, cobran especial relevancia la gestión del riesgo y la digitalización. Aspectos en los que las entidades vascas están dando muestras de una intensa y eficaz actividad con buenas notas en el ámbito de la solvencia y morosidad, al tiempo que son los argumentos precisos que permiten confirmar esa delicada salud de hierro en dos de las firmas bancarias del País Vasco.
Algo similar puede decirse de Laboral Kutxa, aunque por su condición de cooperativa de crédito ofrece unas singularidades que no permiten un paralelismo con las entidades bancarias. No obstante, cuenta con un alto ratio de solvencia (18,76%), considerado como la primera de las fortalezas de la entidad. En el capítulo de resultados, el beneficio consolidado se eleva a 133,7 millones de euros en 2018 (10% más que en 2017) y han aumentado las nuevas concesiones de préstamos, tanto en el ámbito hipotecario (18,7%), como en las pymes (18,8%) y autónomos o pequeños negocios (14,5%).
Entre tanto, Laboral Kutxa también afronta los nuevos tiempos digitales y es “el principal foco de transformación de la entidad durante los últimos años”, en palabras de su director general, que vienen avaladas por el último informe sobre Satisfacción Global con las Entidades Financieras elaborado por STIGA, donde Laboral Kutxa ocupa ya el tercer lugar en el ranking estatal sobre satisfacción global en el uso de Internet y el cuarto lugar en el apartado específico de banca móvil.
Lo dicho, el sector financiero vasco goza de buena salud en un delicado escenario, pero la crisis, el cambio, no ha terminado.