asumido el impacto de la llegada de Sánchez a la Moncloa, comienza a remitir el resplandor mediático provocado por el fichaje sorpresivo de algunos ministros y aflora el centelleo de algunas propuestas políticas que, sin duda, vendrán a ocupar un puesto preeminente en las mesas tertulianas. El nuevo presidente no ha escatimado gestos para proyectar la imagen de modernizar la economía, fortalecer la cohesión social y territorial, así como abordar la regeneración democrática. Toda una declaración de intenciones, aderezadas por un diálogo “sin exclusiones”. Salvando las distancias, se puede decir que estamos ante un New Deal (Nuevo Acuerdo).

Es cierto que asimilar el posible efecto Sánchez con el New Deal puede ser una frivolidad, ya que este último adquirió cuerpo conceptual con las medidas que tomó Frankin D. Roosevelt al llegar a la Casa Blanca en 1933 en unos momentos muy difíciles, durante los cuales aprobó la mayoría de las leyes intervencionistas para luchar contra la Gran Depresión. Medidas implementadas para mejorar la situación a corto plazo en favor de la moneda y para la reforma del sistema bancario en general, de la agricultura, de la industria y de la lucha contra el desempleo. Un intervencionismo que gozó de los 100 días de margen llamados, desde entonces, periodo de gracia.

Un margen de maniobra con el que no contará Pedro Sánchez, entre otras cosas, por dos razones fundamentales: no estamos, por un lado, en medio de una crisis o depresión, sino en una fase expansiva para la economía, aunque el reparto de la recuperación sea desigual e injusto, y, por otro lado, el nuevo presidente no goza de una mayoría parlamentaria como tenía Roosevelt que ganó en 42 de los entonces 48 estados de EEUU. Ambos factores significan que el New Deal de Sánchez no tiene los cien días del periodo de gracia. Por no tener, tampoco dispone de tiempo.

La sensación es que Sánchez, junto a las ministras y ministros llamados a formar la Comisión Delegada para Asuntos Económicos (Hacienda, Economía, Fomento, Trabajo, Industria, Energía y Agricultura) van a tener muchas dificultades para acometer grandes reformas. No será por falta de voluntad, sino de energía.

Llegados a este punto, me he tomado la libertad de traer a estas líneas la famosa Teoría de la relatividad de Einstein (E=mc2), según la cual la energía (E) es igual a la masa (M) multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz (C2). Entendiendo como masa el volumen de votos que tiene asegurados en el Congreso y como velocidad el espacio-tiempo que dispone para realizar los cambios.

Pues bien, el factor tiempo es invariable, como lo es la velocidad en la teoría de Einstein. En consecuencia, el único ingrediente que puede hacer variar el resultado de aplicar la fórmula reside en la masa. Inicialmente, Sánchez contabiliza 84 lealtades en el Congreso y si quiere aumentar la energía (capacidad de cambio o reforma) necesita la adhesión de otros grupos, especialmente Podemos, que estará mirando a la cita de las elecciones municipales, apenas un año, en las que pretenderán hacerse visibles ante sus seguidores y simpatizantes como alternativa a los socialistas y no como los aliados que han permitido sacar a Rajoy de la Moncloa.

Será complicado que el factor masa aumente para hacer realidad una agenda económica “modernizadora, feminista y europea” (que no europeísta) en palabras de la nueva titular de Economía, Nadia Calviño. Esto significa cambiar el New Deal por el New Dilemma.