Bajo la dirección de mi colega y amigo Amit Kapoor, al frente del Instituto para la Competitividad de la India, y en colaboración con la Social Progress Imperative se ha presentado el Índice de Progreso social en los Estados (provincias) de la India.
El amplio trabajo realizado sobre la base del SPI (Índice de Progreso Social) pretende aportar nuevas herramientas de análisis para la toma de decisiones de empresarios, políticos y “líderes transformadores” de la sociedad, entendiendo cómo, pese al avance en desarrollo económico de la India, el desarrollo y progreso social, no se ha dado en la misma proporción y cómo, además, las diferencias entre los diferentes estados no son solamente notorias, sino que, en algunos casos, relativamente sorprendentes, mostrando una más que notable brecha entre el PIB y el desarrollo social.
Así, en un país-continente (por definirlo de alguna manera) en el que vive la sexta parte de la población mundial (1.300 millones de personas), con una gran mayoría carente del acceso a los servicios esenciales en materia de salud, educación y nutrición y con un 30% de su población rural sin electricidad, o en el que al menos el 35% de los procesos judiciales requieren más de 3 años para completarse, resultaba más que conveniente abordar un proyecto de esta magnitud a partir de la iniciativa, impulso y metodología de Michael E. Porter y Michael Green en su ya acreditada iniciativa para el Progreso Social. Un complejo y riguroso trabajo que permite disponer de herramientas fiables de medición y orientación en las políticas públicas y el uso prioritario de los recursos, dando luz al mundo empresarial para repensar y reorientar sus modelos de negocio y roles particulares.
Algo tan elemental permite acercarnos a la esencia del trabajo en cuestión realizado en India. Recordemos que el mencionado Índice incluye, en exclusiva, indicadores sociales en cuanto a necesidades humanas básicas, fundamentos de bienestar y oportunidades (derechos, libertades, tolerancia, inclusión y acceso a la educación avanzada). Más allá del PIB (Producto Interior Bruto), de muy reciente uso (1944, cuando los determinantes y maneras de entender la economía eran muy diferentes a los de hoy) y que ha facilitado una manera supuestamente homogénea de medir las economías y su rendimiento regional y ha condicionado de manera excesiva (y excluyente) las políticas públicas (económicas y sociales) en las últimas décadas, la realidad pasa factura y las desigualdades, carencias y no acceso desde la base a cifras globales han venido generando la necesidad de nuevas maneras de observar el mundo, la economía, la interacción economía-sociedad en el ámbito de nuevos espacios y objetivos de inclusión.
Así, siendo relevante el crecimiento económico, resulta insuficiente para el bienestar y progreso social de las ciudades, demandantes, día a día, de nuevas medidas, políticas y soluciones de sus gobiernos. Un ejemplo de esta disociación real lo hemos tenido esta misma semana con la presentación del Plan de Trabajo de la Unión Europea para el 2018, cuyo preámbulo y objetivo destaca la importancia del crecimiento económico global de la Europa 27 (2% del PIB) haciendo nula referencia a las diferencias, no ya solo entre Estados o regiones europeas (ni siquiera de “los 98 nuevos problemas de gobernanza” que señalaba Juncker para despejar el asunto Catalunya-España), sino entre ciudadanos europeos. Su olvido y tendencia es más que significativo de las prioridades europeas para su último ejercicio en la Comisión (un horizonte nada apetecible, no ya para “los 98” que queremos otra y más Europa, sino para los 27 post Brexit).
En esta línea, en apariencia dominante en el pensamiento globalizador, el Informe en la India aporta aires nuevos y permite observar relevantes contradicciones como, por ejemplo, la dualidad entre desnutrición (estados pobres) y obesidad (países ricos) en materia de salud o el avance en términos de valor en salud en regiones menores y otrora más desatendidas gracias a políticas de saneamiento, agua y comunitarización de la atención en salud, con el apoyo de iniciativas endógenas, lo que mejora considerablemente la salud en dichas regiones frente a un deterioro significativo en ciudades y regiones ricas. Políticas diferentes, estrategias micro, ad hoc, marcan la diferencia. Resultados o indicadores que invitan a los líderes transformadores a repensar su gobernanza y modelos de solución focalizando sus recursos en aquellos elementos tractores del cambio, con un claro aviso en las primeras conclusiones de los autores del Informe: resulta imprescindible asociar indicadores y desarrollo económico al progreso social, “bajar” el Índice Medio País a cada uno de sus 28 Estados y al territorio Delhi, desglosando su peso y componentes sociales, el verdadero impacto lineal del rendimiento económico con el social (observando grandes disparidades como, por ejemplo, el escaso impacto relativo del desarrollo económico en el valor de la salud o determinados espacios del bienestar, tal y como ya habíamos conocido en Estado Unidos, donde destinar el 18% de su PIB a salud no evita que sea uno de los países del mundo con peores sistemas de salud y población atendida) y un mejor impacto y mejoría en necesidades básicas que en “oportunidades de futuro” (aumento constante de la brecha “ricos-pobres” a lo largo del tiempo). Y, por encima de todo, un claro valor aportando caminos a recorrer para el cambio hacia agendas para un desarrollo integral menos distante entre regiones y comunidades, identificando los espacios y nichos reales de inversión por acometer.
Y no es de extrañar, en un plano muy distinto y distante, que los Acuerdos de Paz en Colombia hayan dedicado una parte relevante de los mismos al diseño e implantación de “estrategias integradas regionalizadas” para la “otra Colombia” y sus zonas rurales, objeto de aislamiento y marginación (real o relativa) a lo largo de su historia con el compromiso de institucionalizar nuevas políticas de salud, educación y desarrollo inclusivo, contando con las variadas poblaciones (también con gran diversidad lingüística y cultural) y sus “comunidades endógenas”.
India, China, América, Europa? Todo un mundo a la búsqueda de modelos propios y diferenciados. El progreso social, el desarrollo inclusivo, reclaman su consideración como objetivo prioritario. Empeñarse en medir con indicadores del pasado, por muy confortables que parezcan, en mantener estructuras “nacionales-estatales” centralizadas y alejadas de las realidades diferenciales en el interior de sus Estados del pasado, basados en la confortabilidad de estructuras heredadas, y no afrontar cambios deseados e inevitables por temor o pereza a transitar la complejidad de su gobernanza, solamente lleva al fracaso tarde o temprano y es una irresponsabilidad. Anclarse en el pasado heredado y no asumir el riesgo del futuro deseado supone agravar los problemas, consolidar la desafección y hurtar al derecho a una vida digna, socialmente exigible.
Bienvenido este nuevo trabajo sobre la India que, además, refuerza el gran avance del SPI y la iniciativa de proceso social emprendida hace unos años y a la que Euskadi, como en otros campos, se incorporó desde sus momentos iniciales. Un largo camino por recorrer sabiendo que la luz que genera ayuda a entender las causas y consecuencias de las decisiones por tomar. Un facilitador para el logro de propósitos al servicio de las personas.
Una vez más, hoy más que ayer, hemos de insistir en el trinomio diferenciado economía-sociedad-territorio bajo objetivos únicos y distintos de desarrollo inclusivo, desde el autogobierno indispensable para apropiarnos de nuestro futuro. El mundo real no permite separación de fases, estadios y tiempos -hoy, crecimiento; mañana, reparto; pasado, organización y política-, por el contrario, todos ellos son componentes indisociables de un mismo tiempo, necesidad y objetivo, conformando elementos esenciales de las estrategias y políticas transformadoras.
Nuevos tiempos, nuevas lecciones aprendidas, nuevos propósitos, nuevos instrumentos y nuevos jugadores.