Si la crisis económica, el resultado del Brexit tras la antesala del referéndum escocés, el aún pendiente desenlace del caso Grecia y su progresivo rescate o las crecientes crisis sociales (migración, refugiados, desempleo, desigualdad?) y las diferentes voluntades, modalidades de desarrollo y desequilibrios internos, forzaron al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, a proponer un Informe Base sobre los hipotéticos escenarios (oportunidades, resultados previsibles y consecuencias) para elegir el camino a seguir por los Estados Miembro de la Unión, juntos, unos pocos asociados o en solitario, el documento aprobado por los líderes de la Unión el pasado 25 de mayo, celebrando el 60º aniversario del Tratado de Roma, en torno al futuro de Europa (White Paper on the Future of Europe), venía a añadir complejidad (inevitable y real) a un proceso que se ha venido en llamar “Debates sobre el futuro de Europa”.
Todo este enriquecedor, complejo e imprescindible debate está bajo principios de la máxima subsidiaridad-colaboración-convergencia posible, bajo criterios de cohesión social y territorial y al servicio de nuevos espacios de competitividad y bienestar. Un reto estratégico y funcional de enorme magnitud sin violentar las vigentes reglas de juego y reparto de derecho y poder político que permiten el derecho a veto o exigen, en la mayoría de los casos, mayorías reforzadas o unanimidad en un marco burocratizado, con escasa capacidad de liderazgo y decisión, desde la profundidad de la cada vez más alejada complicidad con la sociedad europea.
Adicionalmente, del otro lado del Canal y ante las próximas elecciones de Reino Unido, el inicio de negociaciones para gestionar el Brexit parece enconarse con condiciones previas y, ¡ojo!, con exigencias comunitarias por incorporar a la factura de salida, no ya compromisos y pasivos reales, sino los documentos “programáticos, no realizables, indefinidos y consensuables” de lo que con excesiva frecuencia nos inunda la maquinaria de Bruselas en forma de planes, horizontes, políticas y manifiestos, ni finalistas, ni cumplidos en su gran mayoría, transformándose, mandato tras mandato, en un nuevo Plan con distinto nombre y sistema de gestión reconvertido, complicando su ejecución a la vez que igualando un determinado café para todos.
Bajo este marco, la semana también ha dado pie a un peligroso movimiento sobre el que deberíamos estar muy atentos: “Defendiendo a Europa: el caso de una mayor colaboración de la Unión en seguridad y defensa”.
Nadie puede cuestionar que el terrorismo y la proliferación de conflictos hacen de Europa y del mundo entornos cada vez menos hospitalarios, más peligrosos, más inseguros y que no podemos iniciar un mundo desde una postura naif como si no iría con nosotros. Pero el peligro de supeditar todo objetivo y estrategia vital a las decisiones de los halcones, al mando militarizado y a la justificación de la eliminación de libertades y decisiones y control democráticos al amparo de una “prometida” seguridad al 100%, no puede hurtarse de las decisiones democráticas, controlables. Venimos asistiendo a un discurso concertado desde diferentes áreas de responsabilidad (ministerios, Estados Miembro?) preparando el terreno para las dotaciones extraordinarias de Fondos Presupuestarios prioritarios e inamovibles para la defensa, explicando que Europa ha vendido la defensa a terceros (Estados Unidos), lo que no solo es una indefensión, sino que nuestra capacidad innovadora, minimiza el empleo, castiga a la I+D, debilita el desarrollo económico europeo y, por supuesto, nos hace más inseguros. En esta línea, no ya los ministros de Defensa sino la vicepresidenta Mogherini nos recuerda que “esta es la prioridad europea porque es la prioridad de los ciudadanos europeos”. O el vicepresidente de Empleo, Crecimiento, Inversión y Competitividad, Jurki Katainen, pide más competencias presupuestarias centralizadas de modo que los recursos de los Estados Miembro, pasen al control y decisión “eficientes” de la Unión.
Esta colaboración ha saltado, temporalmente, por lo aires, tras la barbarie de Manchester por el mal uso de la información entre las policías y servicios norteamericanos filtrando “asuntos noticiables” a su conveniencia mediática. En paralelo, la visita de Trump a la OTAN, como si del viejo cobrador del frac se tratara, no ha hecho sino demostrar que las apuestas colaborativas en Defensa tienen límites y contrapartidas soberanas a ser contempladas evitando entregas incondicionales o el aplauso a intervenciones unilaterales.
Grandes retos y demasiadas preguntas pertinentes que si bien son de largo plazo, exigen hitos clave en el corto plazo que nos permitan avanzar hacia esa Europa de futuro, puestos en contraste con la publicación -menuda semana informativa- del ya tradicional Paquete de Primavera de la UE, que recoge el diagnóstico y control del estado del arte por los diferentes Estados Miembro, el grado de cumplimento de sus compromisos con la estabilidad económico-financiera y sus “recomendaciones”. Parecería que los grandes debates, los enormes retos estratégicos, duermen supeditados al corto plazo, en revisiones trimestrales al servicio de variables macroeconómicas y a la espera de tiempos mejores. Recordemos que son muchos los Estados Miembro (como España) que, rescatados, siguen obligados a la aprobación de sus cuentas públicas por la mano oculta de la troika, que le sugiere reducir su déficit, profundizar en reformas en el mercado laboral, garantizar “la unidad de mercado”, romper monopolios de colegios profesionales, modificar su legislación y sistemas de contratación pública y flexibilizar y hacer eficientes sus sistemas de empleo. Por supuesto, por decoro, recuerda que el Gobierno español y su sistema judicial no hacen todo lo posible por eliminar o mitigar la corrupción. Ambos son también asuntos de sumo interés para los europeos, íntimamente relacionados con el autogobierno y controles democráticos, con el bienestar y la competitividad. Recomendación macro e igualitaria, simpleza administrativa y prioridades financieras. Los retos del mañana, una vez más, parecen aplazados para el debate general de largo plazo.
Pero si algo ha vuelto a poner de manifiesto el debate político ha sido, una vez más, la necesidad de no separar las políticas económicas, sociales, presupuestarias... del debate sobre autogobierno, estatus-País y política con mayúsculas. Bienestar y Competitividad implican instituciones, competencias, modelos, voluntades propias y diferenciadas. Algunos pretenden que todo se pueda hacer sin herramientas adecuadas, propias, bajo el mantra de las soluciones “globalizadas y centralizadas”. Este posicionamiento no puede ocultarse bajo el demagógico reclamo a no pensar, en verdad, en “las necesidades de los europeos” (y de los vascos), bajo discursos válidos para el corta y pega, generalizado y dominante, que consolida la confortabilidad de quienes hoy ya cuentan con su modelo.