BILBAO - Si el euro fuera humano habría pasado las últimas semanas preparando la fiesta de un cumpleaños muy especial, el decimoquinto. Cumplir 15 años supone romper la barrera que separa a los niños de los adolescentes y se celebra en muchos países de forma muy especial. La moneda única llegó a los bolsillos de los europeos el 1 de enero de 2002 tras una larga gestación y un nacimiento complejo. Sus primeros años de vida no han sido fáciles.

Al contrario, la crisis financiera estalló en Estados Unidos a finales de 2007 y sus efectos empezaron a notarse en Euskadi a partir de mediados de 2009. Otros países europeos se habían contagiado antes, de modo que puede decirse que el barco del euro ha navegado por aguas turbulentas durante más de la mitad de su viaje. Y para añadir tensiones la recesión ha dado alas al euroescepticismo y en Francia, Italia o Alemania hay candidatos presidenciales que tienen dentro de su agenda la salida del euros. Algunos de ellos, tienen incluso opciones de hacerse con la victoria y, en un contexto político abonado a las sorpresas electorales, el riesgo de otro varapalo a la estabilidad de la eurozona es muy elevado.

Lo cierto es que, por una cuestión o por otra, los ciudadanos europeos han pasado en general de la ilusión al desencanto en lo relativo al euro. El redondeo que se produjo en un primer momento para ajustar el cambio entre la peseta y el euro encareció casi de la noche a la mañana productos básicos y cotidianos como el pan, los huevos, el café, el vino o la cerveza. Hace quince años lo habitual era que el menús del día estuviera por debajo de las mil pesetas, (seis euros), pero de un día para otro se empezó a cobrar más de siete euros.

Medio menú, un plato y postre, cuesta hoy como mínimo 7,5 euros y es difícil encontrar un menú por debajo de los 12 euros. En ese cálculo lógicamente también entra en juego la inflación, pero los salarios no han crecido a la misma velocidad, sobre todo por los años que han pasado en la nevera de la crisis las nóminas de los trabajadores.

subida del coste de la vida Además, el euro entró en funcionamiento en plena burbuja inmobiliaria y añadió más leña al fuego de los precios de los pisos. Por todo ello, para muchos de los que utilizaron la peseta el euro es el máquina que ha hecho que un café cueste en torno a 230 pesetas -1,4 euros- en lugar de las 90 pesetas -0,55 euros- que costaba en 2001.

Esa reflexión, que no mide el impacto del incremento natural del coste de la vida, se alimenta de la certeza de que el salto en los sueldos ha sido inferior. El salario medio vasco rondaba los 1.400 euros netos a finales de 2001 y, según los datos del tercer trimestre, de este año está ahora cerca de los 1.700 euros mensuales. Es decir, mientras hay productos de la cesta de la compra que han más que duplicado su precio, los sueldos han crecido de media algo más de un 20%. Para los salarios más bajos el incremento ha sido sensiblemente inferior.

Donde sí ha cumplido el euro todas las expectativas es en su capacidad para potenciar el turismo y el comercio exterior. La barrera de las divisas ha desaparecido tanto para los ciudadanos a la hora de viajar por Europa como para las empresas que venden o compran fuera. Operar con una moneda común y más fuerte que la peseta también es un polo de atracción de inversiones.

En estos momentos las dudas no dan muchas alegrías en ese frente. El euro cotizó el pasado día 20 a su nivel más bajo de los últimos 14 años por el efecto de la subida de tipos en Estados Unidos. En aquella jornada, un euros se cambiaba a 1,0391 dólares, lo que a efectos prácticos supone estar a la par. Y se espera que la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump estreche aún más ese margen que al cierre de la última sesión del diciembre quedó fijado en 1,0561 dólares.

La paridad con el billete verde es una mala noticia para las empresas vascas, que compran en dólares las materias primas y pierden la ventaja de una moneda más fuerte. En cambio será positivo en cuanto a que al cambio bajará el precio de las exportaciones y se dinamizará el comercio exterior.

El euro cumple los 15 dejando atrás términos que le han marcado el paso los últimos años. La troika que dirigió los rescates de Irlanda y Grecia y del sistema financiero español se ha disuelto. Los hombres de negro de la alianza de Banco Central Europeo, Comisión y Fondo Monetario Internacional ya no son aquellos fieros contables que controlaban el gasto de los países. Los rescates dejan paso sin embargo a otros vocablos. Y no es casualidad que se trate de juegos de palabras con anglicismos -Brexit o Trumptriumphs- en muchos casos. La incertidumbre que genera el impacto de la salida de Reino Unido de la UE o las nuevas relaciones comerciales entre Europa y Estados Unidos es muy alta.

Son, junto al avance en el viejo continente de los partidos que quieren dar la espalda al euro, los nuevos retos de la moneda. Una historia que arranca con el Tratado de Maastricht (1992), que marcó el camino para los países que decidieron unirse al club. El 1 de enero de 1999 dejaron de cotizar las divisas de los 11 países que entraron en el euro en la primera oleada y, aunque no circulaba todavía la moneda única, técnicamente pasaron a formar parte del mismo sistema.

Solo los mejores podían participar. Grecia, que en principio fue rechazada, falseó sus cuentas para entrar con 18 meses de retraso. Once años después, en 2012, el Estado heleno generó la mayor crisis de la corta historia de la moneda única cuando Bruselas tuvo que poner en marcha el segundo rescate financiero. La salida de Grecia del euro, el Grexit, fue una amenaza real. El 1 de enero de 2002, un total de 305 millones de europeos tuvieron el primer contacto con el euro. La eurozona está hoy compuesta por 320 millones de personas.

El hombre que salvó al euro del desastre lleva cinco años al frente del BCE. Supermario ha estado más cerca de los países con problemas y ha resistido las presiones de Alemania para subir los tipos de interés. El reto sigue siendo una mayor integración de los estados.

Asegura que el euro “no continuará dentro de unos años” si no se acometen reformas. Stiglitz cree que para que la moneda común funcione es necesario que los países miembros compartan instituciones como la garantía de depósitos o las prestaciones por desempleo.

El anterior presidente del Eurogrupo fue uno de los grandes protagonistas de la aprobación del paraguas de salvamento del euro. Ahora, al frente del Ejecutivo comunitario, ha puesto en marcha un plan para estimular la inversión en la economía europea.

Durante la crisis ha tenido que defender en varias ocasiones el proyecto de la moneda única. Las críticas en Alemania por el dinero recibido por los países rescatados o la política monetaria del BCE le han obligado a salir al paso para frenar el movimiento antieuro.

En los momentos más duros de la crisis del euro, algunos de los economistas más prestigiosos del mundo hablaron sin tapujos de una salida de España de la divisa europea para proceder una devaluación y ganar competitividad respecto a otros países europeos.

Considerado uno de los padres del euro, el economista alemán lanzó en octubre una seria advertencia sobre el futuro de la moneda. A su juicio, el BCE se verá obligado a ir “saliendo al paso” de los problemas de la divisa, pero la situación “no puede continuar indefinidamente”.